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PRESIDENTE Y “JEFE DE JEFES”: ¿QUIÉN MANDÓ A ISSA?

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Comunicación para el Bienestar


El ouróboros es una serpiente que se muerde la cola, el eterno retorno, un ciclo infinito de veneno circulante. A Manuel Buendía lo mataron un 30 de mayo de 1984 en la Ciudad de México, investigaciones oficiales y periodísticas apuntaron a un mismo culpable cuyo nombre se protegió, y se protege, bajo una serpiente de mil cabezas, el Estado.

Cuando lo asesinaron, el periodista michoacano se encontraba investigando los nexos de la entonces Dirección Federal de Seguridad (DFS), con el cártel de Guadalajara y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en la apertura y control del mercado de armas y cocaína en México. La pista apuntaba a que, en un rancho de Veracruz, propiedad de Rafael Caro Quintero, protegido por la DFS, la CIA entrenaba a gente de “Los Contras”, movimiento armado financiado por EEUU para acabar con el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua.

Los expedientes de la investigación de Buendia desaparecieron. El entonces director de la DFS, José Antonio Zorrilla, quien era el responsable de investigar el asesinato del periodista, fue declarado culpable por el crimen, pero él mismo señaló a Manuel Bartlett, quien aspiraba a convertirse en sucesor de Miguel de la Madrid, como el que dio la orden para desaparecerlo y como quien lo ayudó a salir de país cuando las investigaciones del asesinato apuntaban a él como autor intelectual.

“El narcotráfico ha incrementado evidentemente sus actividades en México de 1982 a la fecha, y esto no se puede lograr sin complicidades internas. Dicen que en este sucio negocio existe la complicidad directa o indirecta de altos funcionarios públicos a nivel estatal y federal”, escribió Buendía el 14 de mayo de 1984 en Excelsior.

“Nos estamos jugando el destino de México”, declaró en una conferencia de prensa, Manuel Bartlett, secretario de Gobernación durante toda la década de los 80’s y quien se despidió de su cargo con la “caída del sistema” en el proceso electoral de 1988.

Otra persona también investigaba la complicidad entre el gobierno mexicano, la CIA y el Cártel de Guadalajara para impulsar el mercado del narcotráfico; Enrique “Kiki” Camarena, a él también lo mataron, entre sus pertenencias encontraron su agenda con el número de teléfono de Buendia. La muerte del agente de la Administración de Control de Drogas de EEUU (DEA), ocurrida el 7 de febrero de 1985, también apuntó a los mismos que asesinaron a Buendia.

El sábado 8 de abril de 1989, Miguel Ángel Felix Gallardo, conocido como el “Jefe de Jefes” o “El Zar” de la droga, fue detenido acusado de narcotráfico y por del asesinato de “Kiki” Camarena, por lo que fue sentenciado a 37 años de prisión, lleva 32 en la cárcel.

Una entrevista, vista desde la óptica del periodismo es herramienta fundamental que provee al reportero de la materia prima con la que ha de armar su pieza. En medio, se instala una narrativa que va fluyendo. Un toma y daca que pone frente a frente al informador y al entrevistado. Juego de poder en el que, en muchos sentidos, el profesional de la información lleva ventaja.

En el caso de la entrevista de Issa Osorio, periodista de la cadena Telemundo, a Miguel Ángel Félix Gallardo, llama la atención que la primera pregunta se centre en lo insólito de la misma, debido a la negativa del personaje a ser entrevistado. A partir de ahí, la entrevista deja de tener interés noticioso y se convierte en tribuna en donde el habilidoso personaje elogia, desconoce, se dice víctima de haber sido encarcelado por un delito que nunca cometió, se deja ver como alguien que perdió: la salud, la libertad, a su familia y a sus negocios. Close up a su ojo dañado para que no quepa duda.

La periodista señala sus fuentes, la serie Narcos, producida por Netflix y le pregunta al ex capo su opinión sobre la manera en la que aparece ahí retratado como un narcotraficante, responsable de haber abierto las rutas de la cocaína entre Sudamérica y los Estados Unidos y tener tratos con Pablo Escobar. Félix Gallardo, astuto como pocos, niega relación alguna con todo lo que aparece en la serie, la ficción televisiva, aunque no la realidad, de la que nunca se habla ni se toman fuentes. La entrevista entonces parece seguir un guion televisivo, con tarjetas de apoyo incluidas, que entrevistado y entrevistadora, siguen con rigurosidad.

Fluye entonces una versión de Félix Gallardo, contada por sí mismo. La periodista no lo confronta, ni lo contradice, lo deja ser y lo deja hacer. Al parecer su encargo ya había sido cumplido: llegar hasta el ex líder del narco en México y abrirle los micrófonos para dejarlo hablar, llegar hasta donde nadie había llegado. Pedirle una buena entrevista en tales circunstancias, parecía un exceso.

En pantalla, Félix Gallardo no es Diego Luna (actor que lo interpretó en la citada serie), ni mucho menos, es tan solo el personaje que logró aglutinar a los distintos grupos dedicados al narcotráfico, en torno suyo. Y así la entrevista se convirtió en espectáculo televisivo, digno de emisiones especiales. Había que aprovechar el producto y sacarle el mayor provecho posible.

La entrevista fue llevada a Palacio Nacional por la propia periodista quien abordó al presidente de la República en la mañanera de hace unos días. Informadora, que acaso, toma el papel de mensajera, en donde, pasando de los elogios mutuos, presidente y “jefe de jefes” interactúan por su conducto. Osorio, ni siquiera lanza una pregunta, solo pide a AMLO una opinión sobre las palabras elogiosas que tuvo el capo hacia su gobierno.

Como preámbulo de la respuesta, AMLO se asumió, no como jefe de estado, sino como ciudadano humanista, formado en la escuela de la no violencia, deseoso de que nadie sufra en la cárcel. Pidió comprensión a Félix Gallardo y al mismo tiempo lo exculpó de facto y encendió luces de esperanza para su posible liberación, a partir del decreto en el que presos mayores de 75 años de edad podrían alcanzar su libertad.

La entrevista, como se decía con antelación, es una herramienta fundamental del periodismo. Instrumento puesto al servicio de la información y acaso de una audiencia que tiene derecho a saber. Cuando esto no sucede, estaríamos hablando entonces de una pieza de publicidad, propaganda o simple espectáculo de la televisión que, como señala Neil Postman, trivializa, reduce y conduce al espectáculo. O peor aún, el periodismo, puesto al servicio de los poderes fácticos disfrazado de entrevista.

Hoy Jalisco sigue albergando al cártel más poderoso de nuestro país, los antiguos cuadros del Cártel de Guadalajara regresan a la prensa, eterno retorno que parece habernos lanzado a 1984 ¿Quién mandó a Issa? ¿Quién es el ouróboros de México? ¿Quién esparce el veneno sobre nuestro pueblo?

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