Comunicación para el Bienestar
Cuando alguien muere se acostumbra guardar un minuto de silencio, pero hay muertes, como las de los migrantes guatemaltecos, que ameritan alzar la voz. “Ojalá y estas desgracias y este dolor puedan servir para que se tome conciencia y se atienda el problema de fondo” deseó el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador en su mensaje referido a la tragedia migrante que dejó poco más de medio centenar de indocumentados centroamericanos muertos.
López obrador ha insistido al gobierno estadounidense definir una política que contemple el ataque de las causas de la migración y que atraviesan por la pobreza extrema y la grave crisis de inseguridad que azotan a la región a causa de gobiernos corruptos, el narcotráfico, redes de trata de personas o traficantes de armas, por enlistar algunos, situaciones originadas, en su mayoría, por una irracional política intervencionista que lo mismo justifica el envío de armas o de dólares provenientes de EEUU a los países cuya población es la que ahora intenta llegar a su frontera sur.
En lo concerniente a México, es una realidad que la capacidad de atención migratoria está rebasada, los albergues se encuentran atendiendo a un número de personas muy por encima de su capacidad y ello ha provocado la apertura improvisada de refugios particulares; hacinamiento, pobreza, precarias condiciones de salud y violencia es lo que se vive dentro y fuera de estos lugares, problemas que se hacen extensivos e impactan directamente en la cotidianidad de la comunidad originaria que los recibe.
Lo que está en el centro de la tragedia no es sólo el fenómeno de la migración, sino el de una política migratoria mexicana poco clara y la corrupción desmedida que hace viable que miles de centroamericanos sean llevados como mercancías a través del país. Crisis migratoria que ha generado que, bajo la ley de la oferta y la demanda, cruzar las fronteras hacia los Estados Unidos alcance un precio estratosférico; trece mil dólares para ser precisos.
Lo sucedido es una lección que no será aprendida mientras existan razones suficientes para arriesgarse con el propósito de atravesar el país y cruzar hacia los Estados Unidos. Frontera violenta que de nada sirven porque ha dejado de cumplir su función política, ya que el control del flujo de personas que la cruzan es inexistente.
Nuestro país no ha podido, no ha sabido o no ha querido, hacer frente a las presiones que tensan sus fronteras; mientras en el norte se aplica la diplomacia para firmar acuerdos y tomarse fotos, en el sur se acatan las medidas impuestas por EEUU aplicando la violencia para detener los flujos migratorios incluso a costa de la vida humana.
Política de inhibición selectiva, pues hay de migraciones a migraciones. Basta echar un vistazo a las estadísticas para darnos cuenta de que en realidad la gran migración que invade a México proviene de estadounidenses que de manera temporal o permanente radican en nuestro país, un fenómeno que se ubica entre lo turístico y lo residencial.
La política migratoria de AMLO está llena de subjetividades, pero es muy clara para quien lo quiera entender; nuestro país como tercer país seguro o como barrera de contención violenta, aleccionadora y generada desde la incapacidad de ver al migrante desde la dignidad humana.
México no puede intentar retomar su papel de liderazgo regional mientras siga fomentando la idea de que en el mundo hay personas de primera y de segunda clase, si todos somos iguales, entonces que las fronteras se abran o se cierren por igual para quienes intenten ingresar a nuestro territorio sin importar su procedencia.
En este camino andamos y si la política migratoria de Estados Unidos debe tocar las causas, entonces nos estamos equivocando al voltear a ver al otro lado de nuestra frontera sur, esta crisis sólo puede resolverse en los lobbys del Capitolio y de la Casa Blanca.
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