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DEL MITO AL MITOTE

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Iveth Serna

Desde el año pasado hemos centrado la discusión de la gobernanza de México en el mito de la moralidad, pero evidenciamos nuestras carencias culturales y formativas al quedarnos en la discusión entre buenos y malos, liberales y conservadores, conmigo o en mi contra, pero ¡eso es de básicos! Sobre todo, para las voces de los “grandes intelectuales de referencia” de nuestro país, de este siglo o del pasado.

Rápidamente, carentes de todo sentido común y profesional, los periodistas y los medios nos dejamos arrastrar a un terreno donde la comunicación ha sido moralizada, abonando con ello a la crisis, la hostilidad y la violencia, es por ello que todos somos responsables de este desastre.

Evidencia de ello es que en los días pasados hemos sido testigos, y participes de social media, de movimientos sociales legítimos que visibilizan verdades por todos conocidas como el abuso policial, la tortura, la ineficacia del nuevo sistema de justicia penal, de la fragilidad del Estado de Derecho, la invisibilización de las minorías, etc. Y ¿qué hicimos nosotros ante esta fotografía de nuestra sociedad hipercompleja? ¡Lo básico!

Nos empantanamos en una discusión por encontrar al culpable, no importa quien sea, lo que necesitamos con urgencia robesperiana un culpable, un señalamiento, un linchamiento público. Sin embargo, como comunicadores, debemos analizar los acontecimientos no como militantes, sino desde un lugar más balanceado, pero hemos caído en el juego de creernos también dueños de la verdad y de la superioridad moral para abanderar la exterminación del mal, y esto aplica para todos, sin importar de qué lado estén.

Nuestra habilidad comunicacional, si la tenemos, nos debe ubicar en un lugar crítico que nos lleve a analizar cuándo es apropiado usar este discurso y en qué momento debemos llevar la discusión a otro terreno y superar la crisis de conceptos a la que solos nos hemos metido queriendo, a toda costa, describir realidades actuales y complejas con conceptos que ya están por demás rebasados, agravando con ello una crisis discursiva de fondo.

Por otro lado, confío en que los especialistas de comunicación de todos los niveles de gobierno tengan claro que la comunicación moralizada es solo una técnica auxiliar de todo el sistema político, pero que no resuelve problemas, al contrario, los aviva.

Comunicativamente no se puede resolver un problema actual si no se es sensible del entorno, si se niega, si se ignora. Pues toda decisión de gobierno lleva implícito un riesgo, es imposible que una política pública deje contento a todo el mundo, mentira que se gobierna para todos, aún en la democracia, pero la habilidad política reside en saber leer y prevenir este riesgo con el análisis del clima social, porque si no es así, las manifestaciones contrarias son percibidas como externas y peligrosas que nada tienen que ver con la acción política.

Por ello es muy importante y urgente, que alguien traiga al presidente al siglo XXI, Enrique Krauze podría aprovechar que Andrés Manuel lo lee para lanzarle nortes, mientras que los demás debiéramos negarnos a participar en discusiones que son estériles si seguimos insistiendo en situarnos en el siglo pasado. Para quienes creemos que las palabras construyen sentido, tenemos el deber de comunicar en un terreno donde exijamos, como dijo Octavio Paz, la pureza del concepto, porque hay que recordar que del “mito” al “mitote”, solo hay una sílaba de diferencia.

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