Comunicación para el Bienestar
Cuesta trabajo comprender como una multitud dominada e incitada por la pasión del momento, irracional y acrítica, o bien, controlada y motivada por intereses económicos lleve a cabo una acción colectiva que refleja lo más bajo de la barbarie humana.
Lo que vemos con frecuencia en el fútbol es un gentío, mayormente conformado por hombres, sin ningún vínculo de responsabilidad o empatía por los otros, situación que en gran medida ha sido alentada por los sistemas informativos, algunos también dueños de equipos, que utilizan sus espacios deportivos que, por mandato o ignorancia, promueven rivalidades entre hinchas de distintos equipos para generar más ganancia a la máquina de dinero que es este deporte, pero que con más frecuencia están desembocando en acciones lamentables.
Pocas veces la violencia ha sido tan explícita. Momentos de locura captados por las cámaras de televisión durante el partido de fútbol entre los Gallos Blancos de Querétaro y el Club Deportivo Atlas. Todo parecía normal, de repente, el interés de los medios dejó de estar en la cancha del estadio Corregidora.
La cobertura mediática, como suele suceder en este tipo de enfrentamientos, no fue menor. Cámaras, micrófonos y reporteros a disposición de uno de los negocios más lucrativos del país. La pelea entre las barras de los equipos había dado inicio y como suele suceder en las grandes tragedias, bastaron unos pocos segundos para que el fuego se expandiera sin control.
No hubo tiempo de pensar en la responsabilidad tan grande que significó captar a familias enteras, niños y niñas tratando de no ser lastimados por los agresores, las televisoras no tenían tiempo para detenerse a cubrir los rostros y asegurar el anonimato. Era el momento en el que todo tenía que ser captado, ya habría espacio para la rectificación.
Desde la comodidad de su sillón, los televidentes fueron testigos de un espectáculo indignante en el que todo se podía, porque todo estaba puesto al servicio de la violencia que no dejó de sorprender aun en medio de un país en donde la narco-cultura tiene décadas echando raíz.
Impulsados también por la pasión del momento, la noticia cobró un segundo aire en las redes sociodigitales en la que los que portales de noticias, sin ningún rigor periodístico ni ético, comenzaron a informar de varias personas fallecidas. Discurso que chocó con lo dicho por gobernador de Querétaro, quien aseguró que sólo había un par de decenas de ciudadanos heridos, declaración más en la urgencia de resguardar el negocio que de dar certidumbre a la opinión pública en un contexto en el que, como diría Hanna Arendt, “donde todos son culpables, nadie lo es”.
Pero la violencia que desata el fútbol no es exclusiva de México por más que busquemos culpables por todos lados; en Brasil un muerto y algunos heridos, en Uruguay violencia explícita contra los árbitros, en nuestro país 26 de heridos, todo en el mismo fin de semana lleno de incertidumbre e impunidad.
El ocultamiento y las mínimas sanciones que se han ejercido contra los actos de violencia dejan en evidencia que la generación de dinero está por encima de la vida y dignidad humana, de otra forma no se explica como las mismas naciones que condenan la violencia en Ucrania celebren e impulsen el mundial de 2022 en un país como Qatar en el que las mujeres son víctimas de los peores tipos de violencia sistemática, el dinero puede cambiar hasta las escalas con las que se emiten juicios morales, pero aun así, el dinero a costa de la violencia y de la muerte carece de dignidad.
Este hombre-hincha no es consciente del lugar que ocupa su colectividad en la cadena productiva, su nivel es tan inferior que incluso puede morir en un estadio sin que eso afecte a los eslabones superiores, los empresarios que siguen aumentando sus fortunas mientras los aficionados viven “la intensidad del fútbol” como si en ello se les fuera la vida… y se les va.