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YO, SOSPECHA

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Iveth Serna

Ni López Obrador es Don Porfirio (aunque se parezcan) ni Loret de Mola se apellida Flores Magón (aunque lo sueñe) ni las redes sociales son benditas (aunque algunos ganan mucho dinero haciéndonoslo creer) ni los asuntos de la vida privada son temas de gobernanza (aunque se pretenda).

Aquí ofrezco disculpas a todos aquellos que, sin importar el bando al que se hayan afiliado, parecen haber caído en una añoranza romántica del S. XIX y que creen que la libertad de expresión es sinónimo de escupir (postear) atrocidades, pero que ignoran decir las verdades.

Todo en este país ha perdido nivel, los políticos, el debate, los discursos, los “intelectuales” y hasta los enfrentamientos del narco y sus videos virales carecen de glamur. Lo grave es que en este perder los fondos hemos ninguneado las formas, carecemos ya de lo mínimo que se pide a cualquier animal… “racional”; el sentido común.

Hay códigos que no deben romperse. Cruzaron la línea cuando ambos bandos utilizaron la imagen de una niña acribillada en Celaya el sábado pasado, para alimentar la guerra virtual pagada por unos pocos miembros de una cupulilla que no pelean más que posiciones de privilegio, sin que les importe ser más sanguinarios que quienes ejecutaron el atroz crimen.

Creen que pueden esconder la perversión de sus verdaderos intereses bajo discursos vulgares sobre la “libertad de expresión”, “la discriminación”, “la misoginia”, “infidelidades” y todos los etcéteras que aquí quepan, que no hacen más que evidenciar el “nivel nacional” en el que todos nos hemos hundido voluntariamente bajo la falacia de lo “políticamente correcto”.

Esta gente (hablo de los mercenarios virtuales, incluidos y sobre todo los youtuberos y sus patrocinadores de cualquier bando) no tienen escrúpulos para echar a andar, lo que Umberto Eco llama la “máquina del fango”, para inventar, idealizar, engañar, desmentir, amenazar, intimidar, chantajear, extorsionar, exonerar y exculpar por igual a culpables e inocentes. Se han convertido, más que en un peligro, en un lastre para México.

Pero en esta guerra, como en toda crisis hay una oportunidad. Por un lado, esta cupulilla, por más que se crean poseedores de una superioridad moral o intelectual (otra vez hablo de cualquier bando), en general no saben leer y no les interesa aprender. Por más doctorados o libros publicados que tengan no son grandes lectores y mucho menos genios de la comunicación.

Y es que ser un buen lector no es devorar libros y sacar frasecillas fuera de contexto para apantallar en las redes. Un buen lector se vuelve sensible a la realidad social, cooperativo ante las necesidades del otro y crítico de los propios errores. Pero ellos, con su insensibilidad y analfabetismo, logran trivializar los grandes temas nacionales y magnificar chismes de pacotilla. Y es esa insensibilidad la que tarde o temprano los hará caer.

Por otro lado, a los consumidores pasivos de estos contenidos aún se les puede enseñar a leer y elegir la información. Debemos centrar los esfuerzos en hacerles entender que, en palabras de Eco, los medios mienten, los historiadores mienten, las redes sociales mienten, los fifís mienten y los chairos también.

La oportunidad y única salvación es recuperar el sentido común, aprender a leer y sospechar de todo; “sospechar, sospechar, solo así se encuentra la verdad”.

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