Jorge Enrique González Castillo
Nadie teme al Tigre. Los locales andaban en la labranza, los políticos de Tepic en sus afanes. Ochenta o noventa asistentes, incluida los 14 integrantes de la banda de guerra de los municipales, con sus uniformes de 14 azules distintos desteñidos por el sol o el chaca chaca de las lavadoras. Incluidos los seis jóvenes de la escolta, los cinco adolescentes a caballo, la maestra de la telesecundaria que cantó Lindo Nayarit y su guitarrista y el respetable y numeroso presidium.
Al mediodía de este miércoles ése es el retrato de San Luis de Lozada, el pueblo histórico al pie del Sangangüey y a quince minutos de Tepic, que fue cuartel general del general Manuel Lozada, el Tigre de Álica.
Imaginaron un evento cívico magno, por lo que invitaron a ministros, obispo y embajadores, pero se hizo lo que se pudo. Las lluvias tardías traían a los ejidatarios en la tierra, pero después de la ceremonia fueron llegando a la comida y las aguas frescas que ofrecieron las autoridades ejidales.
Una regidora no pudo quedarse, porque andaba lastimada. Los funcionarios concluyeron el evento formal y pelaron gallo, no se quedaron a los momentos festivos del traguito, taquito y ruidito. Claro, si mi general viviera, correctos como son, se hubieran quedado a hacerle caravanas. Pero a mi general lo fusilaron exactamente hace 150 años, y la conmemoración sólo para eso alcanzó.
Raúl Méndez Lugo y Celso Valderrama abrieron hace años un museo al rebelde cora en una céntrica casa de San Luis. Ahí estuvieron, emocionados, y anunciaron que en unas tres semanas iniciarán la integración del ecomuseo y prometieron tocar las puertas que sean necesarias para convertir la localidad en Barrio Mágico, el hermano menor de Pueblo Mágico.
Lo que sí hubo mucho fueron reconocimientos tamaño carta que entregó la Ciudad que Sonríe a los ejidatarios más antiguos, a los que han ocupado cargos ejidales, a mujeres con trabajos destacados en la comunidad. Elegante, limpio, atento, Joaquín Pulido, de 92 años, fue el primero en recibirlo. Una mujer hizo reír al respetable presidium: “para corretear a las cucarachas”, les dijo al recibir la cartulina. “Denles un cheque también”, dijo alguien. El respetable volvió a sonreír.
Nadie teme al Tigre. Pero se habló bien de él. Nadie se atrevió a otra cosa en San Luis de Lozada. Hasta poético estuvo Valderrama: Pueda ser uno o miles,/
pueda o no pueda;/ pueda ser sólo el viento sobre la arena./Sobre la arena, sí, ve su mirada,/ ¡Ahí viene galopando Manuel Lozada!/ Ya viene el justiciero/
por el sendero… declamó parafraseando El guerrillero, de Pablo Neruda.
A la hora del pozole, porque pozole hubo, un joven me dijo si le podía compartir un texto sobre el Tigre de Álica para explicarle quién era a sus amigos. Acababa de leer en el feis un texto del joven historiador Rodolfo Medina Gutiérrez y se lo mandé por el Whats:
Para mí, Lozada pasó por varias etapas a lo largo de su vida. Nació como campesino mestizo en un pueblo indígena golpeado por el latifundio; siete años después de la independencia de nuestro país, cuya sociedad aún cargaba con las formas, costumbres y jerarquías raciales del virreinato.
Estas condiciones de desigualdad lo orillaron al bandolerismo, donde se empoderó de tal manera en dicho oficio, que circa del año 1855 terminó convirtiéndose en lo que la teoría llama un “bandido político” es decir, contratado o reclutado por la facción centralista local, integrada por una parte considerable de la élite tepiqueña (Rivas, García, Espinoza, Díaz, Santa María, García de la Cadena) que contaba como principal financiador a la Cía Barron & Forbes.
En la Guerra de Reforma ejerció mando militar; con la derrota de los conservadores en 1860 se convirtió en cabecilla rebelde y posteriormente trascendió a caudillo, integrándose a los pactos que los líderes tepiqueños iniciaron con el Imperio de Maximiliano en el año de 1864. Su condición de caudillo militar la mantuvo hasta el final de sus días, sobre todo a partir de la restauración republicana, cuando se distanció de sus antiguos aliados oligarcas, en el momento en que éstos lograron avanzar en su objetivo de autonomía política para Tepic, por medio de canales institucionales establecidos con el presidente Juárez en el año de 1867, mismos a los que Lerdo de Tejada daría continuidad a partir del año 1872.
Como consecuencia de ello y sobre todo a lo largo del último lustro de su vida, fortaleció su presencia y liderazgo entre los pueblos originarios a través del asunto de las tierras, alimentando el anhelo de retornar al modelo virreinal de las repúblicas indígenas, situación por lo cual era concebido por el gobierno federal como líder reaccionario, que se oponía a las recién establecidas leyes de reforma. Su fallida rebelión en 1873 iniciada ya sin el respaldo de los ricos de Tepic, desencadenó finalmente su persecución y muerte.
La mayoría de los epítetos tanto “agradables” como adversos con los cuales se le conoce, surgieron de políticos e intelectuales regionales a lo largo del siglo XX. También la imaginación popular ayudó a envolver su figura en la leyenda y el folclor. Independientemente de ello, considero que es el gran caudillo del Tepic decimonónico.