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EL EFECTO MORENA

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Luis Guillermo Hernández

Las elecciones del pasado domingo dejan muchas enseñanzas, pero también muchos damnificados. El tsunami de Morena, o mejor dicho Andrés Manuel López Obrador, es un triunfo ciudadano que se volcó a las urnas para manifestar su rechazo a la corrupción, a la soberbia y dispendio de la clase política. El voto del enojo y el hartazgo tras el triunfo del tabasqueño se convierte en esperanza.

La ola debe obligar a los partidos tradicionales a reinventarse, pero sobre todo a reflexionar qué han hecho mal para alejarse de los ciudadanos que ya no los ven como una opción confiable. PRI, PAN y PRD lucen como marcas desprestigiadas. ¿En realidad, de la noche a la mañana, perdieron su doctrina? O el fenómeno es más simple: la soberbia ha alejado a los políticos de cumplir el objetivo principal de buscar el bien común.

Lo que apenas hace un año se presentaba como la opción de cambio, hoy el PAN de Coahuila vive una debacle al tener el peor porcentaje de votación en elecciones presidenciales de los últimos años. En 1994, con Diego Fernández de Cevallos, Acción Nacional obtuvo el 30 por ciento de los votos en nuestro estado. Seis años después, con Vicente Fox,alcanzaron el 48.8 por ciento. Con Felipe Calderón 43 por ciento, con Josefina Vázquez Mota bajó a 36.4 por ciento, pero la peor caída fue con Ricardo Anaya,con apenas el 22.6 por ciento de los votos en Coahuila.

Si a esto le sumamos que quien ayer se decía ganador de la gubernatura, Guillermo Anaya, hoy quedó fuera del Senado al perder la elección contra Armando Guadiana. Incluso se fue hasta el tercer lugar, lo que sin duda significa que nuevos personajes asumirán el liderazgo en este partido.

En el PRI las cosas no pintan tan bien en el aspecto nacional, cuando de 48 senadores pasará a tener 14 y de 204 diputados federales tendrá alrededor de 42. Incluso el PRI tendrá menos diputados que el PT (61) y el PES (58). De ser el principal grupo parlamentario en la Cámara baja, pasará a ser el quinto. De ese tamaño es la debacle en el tricolor.

En Coahuila por primera vez perdió el PRI la alcaldía en Piedras Negras, tampoco logró recuperar Monclova, Torreón ni Acuña, al mismo tiempo que perdió Matamoros con Morena. Es cierto, ganó alcaldías, pero sólo en Saltillo, Manolo Jiménez obtuvo una victoria holgada.

No es exagerado decir que ahora Saltillo es el nuevo Atlacomulco, cuando Manolo Jiménez alcanzó el 49 por ciento de los votos. Cifra que es el doble que sus rivales Óscar Mohamar, de “Juntos Haremos Historia”, y Carlos Orta, de “Por Coahuila al Frente”, con 24 y 19 por ciento, respectivamente. En resumen, a nivel estatal el PRI sí ganó el voto por alcaldías (37% vs 31% de PAN y 23% de Morena), pero en la elección federal fue apabullado.

Insisto, el tsunami de Morena obliga a la reflexión sobre el sistema de partidos, pero también a reconfigurar el mapa político en Coahuila. Quienes ayer eran líderes, hoy ya no lo son. ¿Qué cuentas entregan los dirigentes estatales Rodrigo Fuentes y Bernardo González del PRI y PAN, respectivamente?

En este escenario el PRD prácticamente desapareció. Si nunca tuvo una presencia importante en Coahuila, hoy menos. El sol azteca prácticamente ha desaparecido de la entidad.

También es cierto que no se debe entregar un cheque en blanco a los alcaldes de Morena. Tampoco a quienes ahora ocuparán una diputación o un puesto en el Senado de la República. El cambio siempre genera altas expectativas, de ahí que los nuevos gobernantes emanados por Morena están obligados a dar resultados.

El domingo ganó Andrés Manuel López Obrador y gracias a él varios candidatos de Morena, pero sobre todo ganó la ciudadanía al salir a votar. La gran participación ciudadana fue un rotundo “no a la corrupción y a la soberbia” pero la tarea no termina ahí, ahora la población debe vigilar y exigir resultados a los triunfadores.

@lharanda

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