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UNIFORMES

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Rafael G. Vargas Pasaye

Los Juegos Olímpicos representan un momento cumbre en la carrera de todo deportista de alto rendimiento, es una de las vitrinas de mayor proyección que se pueda tener, de tal forma que lo que se realice en la justa deportiva tendrá repercusiones a posteriori.

Sin embargo, la dinámica actual de los deportistas hace que no nada más se juzgue o que sucede adentro de su competición, sino también lo que hay afuera. Hay tres casos en Tokyo 2020 que merecen mención:

Primero las integrantes de la selección femenil de balonmano de Noruega, quienes se llevaron la medalla al valor, más allá de los metales que no alcanzaron, pusieron en jaque a toda la organización, pues decidieron en su último juego salir vestidas en shorts y no en bikini como el reglamento establece desde hace años.

Y antes de un tema de sexualidad, que por supuesto también conlleva, en su caso ellas mencionaron que era por comodidad. No fue sencillo, pues fueron presionadas por las autoridades a que si no salían con la vestimenta establecida les impondrían una multa, pero las jugadoras además del ímpetu contaron con el apoyo de su federación, institución que asumiría de haberlo el costo del castigo.

Ante lo que ya no tenía vuelta atrás, la autoridad europea amenazó además de ponerles una multa económica por hacerlo, de descalificarlas de las competencias. Razón por la que decidieron en sus primeros juegos aparecer con bikini, pero en su último enfrentamiento la protesta tuvo forma de shorts. La sanción económica llegará pero a la par ya salió quien la sufrague: la cantante Pink quien al enterarse de todo decidió apoyar moral y económicamente a las jugadoras.

El segundo las gimnastas alemanas quienes en pruebas previas a los Juegos Olímpicos habían anunciado que participarían con trajes largos que cubrían totalmente el cuerpo de cuello hasta tobillos, sin perder la femineidad ni la belleza de la disciplina. Lo anunciaron y lo hicieron, también como manifestación en contra de la sexualidad en el deporte, que tiene todavía muy recientes los actos denunciados de abuso en el equipo femenil de gimnasia de Estados Unidos

Y tercero, el equipo femenil de softbol mexicano. Escándalo desatado por el twitt de la boxeadora también mexicana Brianda Tamara: “Todos los deportistas mexicanos anhelamos portarlo dignamente, y hoy tristemente el equipo mexicano de sóftbol lo dejó todo en la basura de las Villas Olímpicas”.

Lo que vino fue una avalancha de comentarios muchos de ellos xenófobos, nacionalistas, machistas, violentos en contra de las jugadoras de un equipo que por primera vez participaba en ese nivel y que había obtenido el cuarto lugar.
Entrevistada por El País el 29 de julio, Claudia Pedraza, doctora en Ciencia Política y experta en deporte femenino comentó: “El que portes el uniforme o el que lo tires no define tu nacionalidad, ni tu capacidad deportiva. Las redes están mostrando qué fácil se pueden propagar conductas negativas”.

Hay algo demasiado contaminado en el aire cuando la mayor justa deportiva genera de forma directa o lateral muchos llamados al odio y a la violencia, y deja de lado el anhelado humanismo, y tiende a borrar, ojalá lo evitemos, la heroicidad de cada atleta que llega, porta su uniforme con gallardía y representa a una nación (con lo bueno y lo malo de ese país), con el objetivo de vestirse de gloria, romper alguna marca y llevarse la medalla.

@rvargaspasaye
www.consentidocomun.mx

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