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MÓNICA, DEL VIACRUCIS A LA VICTORIA

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 Jorge Enrique González

LOS DARDOS DE LA MIRADA

Los ojos curiosos ante su china y desordenada cabellera de la infancia, trajeron miradas de envidia y deseo cuando vivió el mundo de los concursos de belleza y el modelaje profesional. Las miradas de gusto por sus seis tatuajes cambiaron de repente a dardos de burla y lástima a la cabeza sin cabello, por efecto de la quimioterapia contra el cáncer de mama, vencido al fin. Hoy regresa a su escritorio de gerente de una institución financiera.

Las miradas siempre estuvieron presentes en su vida. Desde las que se posaban sobre su cabellera china y esponjada de la infancia hasta las de sus días de tormenta que van del momento que recibió el diagnóstico médico y  parecen terminar este lunes que regresará a su escritorio como gerente en Compartamos Banco, en el centro de Tepic.

Mónica Lídice Estrada Saavedra recibió miradas de admiración conforme cambió sus intereses y empezó a cuidar esmeradamente su cabellera.  Detectó las de la envidia y el deseo, cuando suyas eran las pasarelas. Hasta que llegaron las miradas-dardo que se dirigían a su cabeza sin cabello, que ella sintió impregnadas de burla, de lástima. “Algunas otras eran de asombro, como si les gustaba cómo me veía, pero de ninguna forma me sentía cómoda”, me dice en el calor del medio día, en su domicilio, el trajín  en la cocina, donde su novia Romina preparaba la comida.

Tepiqueña de 35 años, seis tatuajes en la piel, hija de ferrocarrilero y ama de casa, una hermana, una hija, una novia, ex reina de belleza, ex modelo profesional, es arquitecta y licenciada en administración de empresas.

Hace ocho meses no imaginaba el calvario que vendría. Fue a consulta oncológica y pensaba regresar a su trabajo al día siguiente. Tuvo que pasar por ultrasonidos, mamografías y biopsias. Once días después, leyó primero el diagnóstico de cáncer de mama en el rostro del médico, que le confirmó verbalmente después. Camino a casa, el llanto. Y vinieron días de una lenta e inevitable aceptación.

A las quimioterapias sucedió la espera del día 21, plazo exacto en que el pelo se despediría. Se levantó optimista. Limpió su casa. El pelo permanecía en su lugar. Lo vio entero en el espejo. ¿Se habían equivocado los médicos? No. Bastó que lo moviera un poco para que por mechones fuera desprendiéndose todo. Incrédula, sorprendida, asustada, lloró de nuevo. Cuando la cabeza era un desierto, no le desagradó la imagen que le regresaba el espejo. Se gustaba. Pero no pudo con las miradas de la gente cuando salía, así fuera a la tienda, que ella interpretó como insensible burla o lástima, lejanas aquellos ojos ajenos que ante ella se encendían en relámpagos.

Así que un día quiso tomarse una fotografía antes de la cirugía. Se imaginó fuerte, imponente. Pensó en prendas ligeras, negras, fondo gris. Discretamente sexy, se autocoronó, por el camino recorrido (las quimios, el pelo ausente) y para caminar con corona a lo que faltaba (la cirugía). Siguiendo sus ideas, el retratista Gerardo Algarín,  con apoyo y sugerencias de Romina, hizo su trabajo con una Canon M50 y objetivo 15-45 mm, un flash manual y sombrilla.

Para la intervención la primera opción era  una cirugía  radical. Buscó una segunda opinión y apostó por ella. Fue una decisión afortunada; extirpado el tumor, un cuidadoso trabajo quirúrgico dejó sin mayores rastros de bisturí.  “Quedó bonita”, expresó la enfermera cuando ella despertaba en el quirófano.

Después de esta batalla (estas batallas, sería mejor decir) invita a que todos, hombres y mujeres, escuchen su cuerpo, porque un diagnóstico a tiempo es lo mejor. Y que si el cáncer llega, “la ciencia y los médicos hacen el 20 por ciento. El resto, la actitud y el empeño”.

La geografía de su piel tiene seis tatuajes: la palabra Camila (nombre de su hija) en la clavícula izquierda, un mandala en el brazo derecho, una catrina en el antebrazo, un mandala en toda la pierna izquierda, un corazón naranja en la muñeca derecha y estrellas detrás del cuello hasta la espalda. También una discreta cicatriz en su mama. Y un desierto en su cabeza que se está reforestando.

Para la intervención la primera opción era  una cirugía  radical. Buscó una segunda opinión y apostó por ella. Fue una decisión afortunada; extirpado el tumor, un cuidadoso trabajo quirúrgico dejó sin mayores rastros de bisturí.  “Quedó bonita”, expresó la enfermera cuando ella despertaba en el quirófano.

Después de esta batalla (estas batallas, sería mejor decir) invita a que todos, hombres y mujeres, escuchen su cuerpo, porque un diagnóstico a tiempo es lo mejor. Y que si el cáncer llega, “la ciencia y los médicos hacen el 20 por ciento. El resto, la actitud y el empeño”.

La geografía de su piel tiene seis tatuajes: la palabra Camila (nombre de su hija) en la clavícula izquierda, un mandala en el brazo derecho, una catrina en el antebrazo, un mandala en toda la pierna izquierda, un corazón naranja en la muñeca derecha y estrellas detrás del cuello hasta la espalda. También una discreta cicatriz en su mama. Y un desierto en su cabeza que se está reforestando.

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