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Manual para detectar la locura

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Luis Rubén Maldonado Alvídrez

Es muy común que cuando las y los candidatos andan en recorridos de campaña y piden el voto, la ciudadanía se une en una sola voz para reclamarles que, en tiempos de campaña, andan muy accesibles, agradables y con una generosidad inmensa; una vez que ganan se cambian la careta y se olvidan de la gente.

Es un reclamo permanente en cada campaña electoral. Desde que la reelección de alcaldes, síndicos y legisladores es posible en México, eso ha cambiado un poco y se puede observar a la diputada federal o local, complementar la actividad legislativa con recorridos en tierra para conservar su capital político. En el caso de alcaldes o alcaldesas, el esfuerzo es mucho mayor.

Sin embargo, no dejan existir expresiones de descontento con las y los políticos que ostentan el poder, pues, se busca con el uso de la comunicación política, el consenso social mayoritarios hacia sus políticas públicas, las cuales nunca logran la tan anhelada unanimidad.

A la gente no se le olvida (y menos con la reelección) que un político está para servir a la gente y que el poder se tiene prestado y puede ser retirado en la siguiente elección. Así, las y los políticos en el poder, tienen que gobernar o legislar y nunca detener la campaña en busca de la reelección.

El arquetipo del héroe es el más recorrido en una campaña política. Ese héore o heroína se gana la gloria y la aclamación al obtener un éxito inesperado contra todo pronóstico; recuerda todos los momentos difíciles para llegar al triunfo y es cuando es más vulnerable a que la experiencia se le sube a la cabeza. Pasa a todas y todos los ganadores de una elección. El poder genera locura, es el poder de mando, el cual impide en muchas ocasiones pensar a quien gobierna y, a lo largo de la historia hay muchísimos casos, de que la responsabilidad del poder muchas veces desaparece conforme aumenta su ejercicio y olvidan que la principal responsabilidad del poder es gobernar de la manera más razonable posible en interés de las y los ciudadanos.

Entre la etapa de la candidatura, el triunfo electoral y asumir el poder, el o la candidata sufren transformaciones. Se espera de ellos madurez para enfrentar los retos del gobierno, pero hay quienes sucumben de inmediato a la seducción de la locura: empiezan a tratar a los demás con desprecio. La fe en sus propias facultades se incrementa de manera exponencial y empieza a creerse capaz de realizar cualquier cosa en total impunidad. Cuando existe este exceso confianza en sí mismo, se interpreta equivocadamente la realidad que lo rodea y a cometer (muchos) errores.

El ex ministro de relaciones exteriores de Reino Unido y neurólogo, en su célebre obra “En el poder y en la enfermedad”, enlista una serie de síntomas de lo que él denomina “síndrome de la hybris”:

  1. Una inclinación narcisista a ver el mundo, primordialmente, como un escenario en el que pueden ejercer su poder y buscar la gloria, en vez de como un lugar con problemas que requieren un planteamiento pragmático y no autorreferencial.
  2. Una predisposición a realizar acciones que tengan probabilidades de situarlos a una luz favorable, es decir, de dar una buena imagen de ellos.
  3. Una preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación.
  4. Una forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la exaltación.
  5. Una identificación de sí mismos con el Estado hasta el punto de considerar idénticos los intereses y perspectivas de ambos.
  6. Una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o utilizando el mayestático «nosotros».
  7. Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio del consejo y la crítica ajenos.
  8. Exagerada creencia -rayando en un sentimiento de omnipotencia– en lo que pueden conseguir personalmente.
  9. La creencia de ser responsables no ante el tribunal terrenal de sus colegas o de la opinión pública, sino ante un tribunal mucho más alto: la Historia o Dios.
  10. La creencia inamovible de que en ese tribunal serán justificados.
  11. Inquietud, irreflexión e impulsividad.
  12. Pérdida de contacto con la realidad, a menudo unida a un progresivo aislamiento.
  13. Tendencia a permitir que su «visión amplia», en especial su convicción de la rectitud moral de una línea de actuación, haga innecesario considerar otros aspectos de ésta, tales como su viabilidad, su coste y la posibilidad de obtener resultados no deseados: una obstinada negativa a cambiar de rumbo.
  14. un consiguiente tipo de incompetencia para ejecutar una política porque el exceso de confianza ha llevado al líder a no tomarse la molestia de preocuparse por los aspectos prácticos de una directriz política.

Para el autor, es necesario presentar tres o cuatro de estos síntomas, fácilmente detectables en cualquier persona que gobierna un país, un estado o municipio.

Afecta a aquellos líderes que ejercen el poder y los factores exteriores clave para desarrollarlo son: un éxito aplastante en su victoria electoral y en mantener el poder; un contexto político en el que hay unas limitaciones mínimas al ejercicio de la autoridad personal por parte del liderazgo y el tiempo que éste permanece en el poder.

En los tiempos en los que vivimos en México, este pequeño pero práctico manual para detectar la locura en quienes nos gobiernan, es más que necesario para establecer equilibrios desde la sociedad a quienes sucumben a la locura del poder o síndrome de la hybris.

Reitero, de un o una gobernante esperamos madurez y sensatez para tomar decisiones difíciles, aceptar los errores y corregirlos, así como humildad para escuchar a sus gobernados y gobernar con el interés de todas y todos como su bandera. La locura en el poder sólo lleva a caídas estrepitosas, como en el pasado muy reciente lo vivimos las y los chihuahuenses.

Ojalá encuentren este texto útil.

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La locura llega a los gobernantes democráticos o no. La locura es muy demócratica y ataca parejo. “La estupidez, la fuente del autoengaño, es un factor que desempeña un papel notablemente grande en el gobierno. Consiste en evaluar una situación en términos de ideas fijas preconcebidas mientras se ignora o rechaza todo signo contrario, por tanto, la negativa a sacar provecho de la experiencia”, apunta Bárbara Tuchman en su libro “La marcha de la locura: la sinrazón desde Troya hasta Vietnam.”

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