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LAS PALABRAS MATAN Y POR LAS PALABRAS SE MUERE

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Comunicación para el Bienestar

El asunto lleva cola, como dirían sabiamente las abuelas. Y es que pasada la indignación por el tono en la respuesta que el presidente, Andrés Manuel López Obrador, dio al Parlamento Europeo sobre la resolución que presentó el 10 de marzo de 2022, respecto a la situación de los periodistas y los defensores de los derechos humanos en México, es fundamental conocer las diferentes aristas que tiene tan complejo intercambio de mensajes.

Y es que tanto el discurso del mandatario, como el de los eurodiputados están cargados de adjetivos descalificativos que más que describir la real situación de violencia por la que atraviesa el país, parece que se utiliza la muerte de los periodistas para asentarse, mutuamente, golpes bajos.

En el centro de la resolución, se califica a México como el país más peligroso y mortífero para el ejercicio del periodismo fuera de una zona de guerra y se califica a López Obrador de que ha “utilizado con frecuencia una retórica populista en las conferencias de prensa diarias para denigrar e intimidar a periodistas independientes, propietarios de medios de comunicación y activistas; generando un ambiente de agitación incesante contra los periodistas independientes”.

Miguel Urbán Crespo, uno de los representantes que se abstuvieron en la votación, acusó que algunos grupos políticos del congreso estaban utilizando la situación de México como un arma arrojadiza contra el gobierno mexicano, con unos intereses que poco tienen que ver con la defensa de los periodistas y de los defensores de los derechos humanos.

El fondo del asunto, establece Crespo, es presionar para que el gobierno mexicano defienda los intereses de las multinacionales europeas y en particular de las españolas ante el intento de renacionalizar sectores estratégicos como la energía. El centro del conflicto está el llamado Acuerdo Global México-Unión Europea, cuya renegociación y ratificación está en curso ya que una de las clausulas que se busca renegociar es la que garantizaría la seguridad a las inversiones españolas. Dicho de otra manera, se busca que el presidente se comprometa a garantizar que todas aquellas inversiones privadas que se dieron en el pasado y que tienen que ver con la generación de electricidad no sean tocadas.

Ante esto, la respuesta del presidente no fue menos antidiplomática y desafortunada ya que acusó a los eurocongresistas de ser “borregos y corruptos”, también sin presentar pruebas que pudieran sustentarlo y sin aportar un contexto que nos pudiera ayudar a entender tales declaraciones.

Las palabras matan y por las palabras se muere. Las primeras son aquellas que nacen e incitan al odio, a la separación, a la segregación y a la diferenciación. Las segundas son las que se levantan a favor de la unidad, la seguridad y la solidaridad, aunque para ello se tenga que señalar los abusos y arbitrariedades.

Lo hemos dicho muchas veces desde Comunicación para el Bienestar y hoy, lamentablemente, la realidad nos da la razón. El periodista Armando Linares fue asesinado ayer en Zitácuaro, Michoacán, apenas en enero denunció la muerte de su compañero, Roberto Toledo.

Molestó al presidente la acusación directa del Parlamento Europeo de que en nuestro país no hay libertad de prensa ni de expresión. Desde un punto de vista riguroso esto es falso, nuestro marco legal lo garantiza, sin embargo, el verdadero peligro para una nación es cuando aun habiendo libertad se decida no ejercerla o voluntariamente se renuncie a ella para no sufrir represalias que dañen su bienestar físico y material.

Cuando un pueblo decide ejercer la autocensura para salvar su vida, es síntoma de que el Estado está en los límites de la democracia, por ello, también es falso decir que el Estado no tiene ninguna responsabilidad sobre las muertes de los periodistas en México, porque la impunidad, la inacción y la falta de control sobre la seguridad nacional también son elementos que hacen peso sobre el gatillo del sicario.

Por las palabras siempre es mejor morir que matar, porque, como dijo Benedetti, una cosa es morirse de dolor y otra morirse de vergüenza. Hoy, ni el Parlamento Europeo ni el Estado Mexicano, pueden mirarnos a la cara.

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