Rafael G. Vargas Pasaye
Humano, demasiado humano, una de las frases más repetidas del filósofo Nietzsche viene a la mano porque en días recientes en Nayarit parece que vivimos jornadas de deshumanización, de demasiada deshumanización.
Sí, la obvia referencia es a los hechos violentos registrados en Xalisco y en Tepic, con lamentables muertes, con familias deshechas, tanto del que violenta como de la víctima, los daños son expansivos, irreversibles, complejos.
Pero además del llamado a las autoridades, a mejorar sus protocolos, su equipamiento, sus tiempos de respuesta, sus declaraciones, su trabajo en sí, también debe ser un llamado a la reflexión de qué estamos haciendo como sociedad para disminuir la violencia, pues no sólo depende del gobierno esa labor.
Y en este punto también debemos referirnos a la solidaridad ante quien puede estar sufriendo violencia de todo tipo, los gritos en la casa de los vecinos, las pesadas bromas de algún compañero o compañera de clases o de trabajo, el hostigamiento, las cargas excesivas, citar a una reunión y hacer esperar por horas solo para demostrar superioridad.
O quien abiertamente pide ayuda en una situación de peligro, y solo nos asomamos por la ventana sin salir a la calle por el mismo peligro que representa. La sociedad lleva años consumiendo escenas de violencia por diversas plataformas, las charlas de café incluyen invariablemente algún recuerdo de un robo, abuso, acusación y demás.
Y luego llega el fin de semana y nos alteran las imágenes que se vivieron en el estadio de futbol “La Corregidora” de Querétaro, donde dos equipos del máximo circuito del balompié nacional disputaban un juego en temporada regular, sin mayores aspiraciones ni complicaciones como una final representa, pero no por ello deja de ser de alto riesgo, eso se estudia, se sabe y se prepara para lo mismo.
Pero más allá de del trabajo estratégico y táctico de seguridad, que se lo dejamos a los expertos, si debemos resaltar tres puntos de este lamentable suceso: por un lado, la violencia desmedida de los violentadores, sin mediar palabra, sin reparar en los posibles daños, sin minimizarse pese a haber presencia de niños, policías, cámaras de video, con una singular saña al golpear y desnudar a sus víctimas, ese halo de superioridad que nos deja sin palabras.
Segundo, el acto heroico de quienes defendieron a su familia, del padre que corrió para poner a salvo a sus hijos, de quien le cubrió el rostro para que no viera esas dantescas escenas, de quien se quitó la camiseta de su equipo favorito para tener saldo blanco. Quienes en suma utilizaron el corazón y la cabeza fría en momentos de verdadera angustia.
Y tercero, los medios de comunicación que casi de inmediato hablaron de fallecidos, orientados por las fotos y videos que estaban circulando de manera instantánea en redes sociales, pero sin esperar el parte de las autoridades que señaló esa noche y en la conferencia del día siguiente encabezada por el gobernador de Querétaro que no había fallecidos; así como los directivos de la liga de futbol mexicano, quienes suspendieron el resto de la jornada por la presión social, los mismos que apenas en la semana presentaron su estrategia mediática de “Grito por la paz”, los que en un primer comunicado dijeron que el partido de futbol se pospondría, quienes en suma, acrecentaron la molestia social que representó la violencia en sí.
Ahora bien, si no aprendemos la lección estaremos mal todos como sociedad.
@rvargaspasaye
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