Rubén Aguilar Valenzuela
Del ensayo “El ocaso del presidente”, de Héctor Aguilar Camín (Nexos, junio), retomo los siguientes párrafos. Pienso que de manera inteligente y clara describen la condición del presidente y la quimera de su proyecto.
“El gobierno de López Obrador ha entrado a su segunda mitad, pero tiene algo de cosa acabada. Nos ha mostrado ya todos sus trucos y el peor de sus dones: destruir lo que no entiende. En nada ha sido tan efectivo como en desbaratar lo que heredó, pensando que iba a suplirlo con una transformación histórica, hija de una confusa epopeya por venir, construida en su cabeza como un bloque de hormigón armado con los clichés de los libros de texto gratuitos de su escuela primaria o quizá sólo de su escuela primaria.
López Obrador ha tenido un poder enorme si se le compara con los otros presidentes mexicanos de la democracia, pero es un poder que no sabe en realidad a dónde se dirige, en gran medida por su incomprensión profunda del país que le tocó gobernar, su juicio maniqueo sobre el presente y su visión escolar del pasado.
Es un presidente prisionero de sus ideas, a su vez flores secas de jardines muertos de la historia. Conoce todos los pueblos y ciudades de México, pero no entiende el sentido de su movimiento, sus articulaciones complejas, la riqueza de su diversidad y de las redes que lo unen con el mundo. En el fondo no entiende tampoco la mecánica de la pobreza y la desigualdad, que intenta corregir con caridades de iglesia, repartiendo dinero en efectivo. Nada de alguna importancia ha tomado el lugar de lo que destruyó, y poco tiene que ofrecer rumbo al final de su gobierno, aparte de nombrar a quien quiere que lo suceda y hacerlo ganar para volverlo su marioneta, ordinario sueño de tantos presidentes de México.
Al gran globo sexenal en el que viaja el presidente mexicano, ondeando por los aires la banderola de su Cuarta Transformación, le queda poco gas. Conforme se desinfla da giros inesperados en el aire, sorprende con sus aceleraciones y sus trompos, pero ya no va a ninguna parte.
La parte a la que iba, la llamada Cuarta Transformación, resultó una quimera, una estela de escombros sobre los cuales no se ha construido nada. El presidente ha zarandeado al país, lo ha irritado, lo ha dividido, le ha impuesto su figura y su palabra, pero no lo ha transformado, salvo que destruir sea transformar”.