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INTERNET Y EL RETORNO A LA COMUNICACIÓN

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José Luis Flores Torres

Bienvenido al siglo XXI, señalaba de manera optimista Michael Hauben en el ocaso del pasado milenio, usted es un Netizen y existe como ciudadano del mundo gracias a la conectividad global que la red hace posible. Asumirse como ciudadano-red o cibernauta, navegando e interactuando con redes de personas por el espacio virtual, en realidad en los años noventa, sonaba muy lejano. No obstante, para aquellos años, la primera generación de Internet ya empezaba a llegar a cada vez un mayor número de personas que paulatinamente lo iban integrando a sus rutinas laborales, académicas y de esparcimiento.

Y así, desde su aparición en el contexto socio-técnico actual, Internet y las redes sociales se presentaban al mismo tiempo como espacios virtuales plenos de libertad y oportunidades para intentar nuevas formas de interacción más libres, que no sólo revolucionarían las formas y prácticas de socialización de las personas; sino también potenciarían la comunicación y la interacción social.

Hoy en día, a treinta años de distancia, habría que hacer un balance serio sobre las expectativas generadas por la, en aquella época naciente comunicación mediada por computadora. Así, señalan algunos pensadores contemporáneos, la sociedad atraviesa por un profundo cambio civilizatorio en el que parece que prevalece lo individual por sobre lo grupal, lo líquido por sobre lo duradero y lo entretenido por lo profundo y estético. Es decir, los cambios no han sido menores y se han sucedido de manera inagotable desde entonces, de tal forma que han impactado seriamente en la forma de vivir del ser humano.

En este sentido la rutina del hombre contemporáneo parece ahora mismo sustentada en una lógica que por sí misma es paradójica ya que en ella el ser humano suele ser individualista ya que en sus acciones sustituye el interés colectivo para satisfacerse solo a sí mismo, pero al mismo tiempo parece bastante empeñado (y estresado) por encajar dentro del entorno social. De hecho, para “ser” en este entorno moderno, según el filósofo Peter Sloterdijk, cada hombre es una sociedad paralela.

Migrante desde siempre, ahora el ser humano, asume este nuevo peregrinar por la vida, en la cómoda seguridad que proporciona la soledad acompañada de las redes sociales. Por ello el estrés es alto en el entorno moderno o postmoderno ya que el individuo parece demasiado empeñado en encarnar el rol que le corresponde jugar.

Así resulta contundente la manera en la que Sloretdijk entiende a la sociedad actual como una comunidad de preocupaciones, que oscila entre los temas de estrés inducida por los medios. El hombre moderno, de esta manera, se ocupa de estar preocupado, estresado, atento a la selección de ansiedades que para él construyen las redes sociales y los sistemas informativos.

En este gatekeeper mediático se filtra la realidad y se amalgama además una suerte de identidad en el que el colectivo se convierte en un monstruo (altamente improbable de haberse formado, pero hoy en día real) de mil cabezas focalizadas al mismo tiempo en una angustia colectiva.

No obstante, habría que entender que el estrés en el contexto de la era Internet es al mismo tiempo cansancio generado por la exigencia de un rendimiento más eficiente, pero también es exceso, no de comunicación, sino de estímulos que llegan a toda hora y en todo lugar. Es decir, en este océano de imágenes y sonidos, la intención de comunicación parece ser sustituida por el estresante cúmulo de mensajes que circulan por la red.

Y es que, en esta angustiosa vida moderna, el ser humano necesita para sobrevivir su antídoto. Este bálsamo, según Mario Vargas Llosa, lo constituye un nuevo modelo de cultura: la civilización del espectáculo, la cual se caracteriza como una cultura de superficie y oropel, de juego y pose e insuficiente para suplir las certidumbres mitos y rituales de las religiones que han sobrevivido a la prueba de los siglos.

Es la nueva lógica cultural en la que, también tienen cabida las redes sociales de Internet, las cuales adquieren características tanto de una sociedad estresada como de una civilización del espectáculo, en donde predomina el aparentemente todo se vale (siempre y cuando entretenga y divierta). Es el big data, (obra máxima de la individualización que convierte al ser humano en algoritmo) que da y quita: nos conoce, nos consiente, pero nos rastrea. Un auténtico big brother orweliano que sigue atento nuestros pasos y que como la espada de Damocles pende amenazante sobre nosotros.

Entonces, habría que pensar si valdría la pena retornar a la mirada optimista que veía que, con el nacimiento de Internet, era posible el surgimiento de nuevas posibilidades de contacto, amplias, más democráticas y participativas, concibiendo a la tecnología como una herramienta que posibilitaría el advenimiento de una nueva manera de hacer comunicación.

Entender así a las redes permitirá concebirlas no solo como virtuales sino, en el mejor de los casos, como comunidades de comunicación. Es decir, la problemática actual nos obliga a entender a las redes sociales más allá de su valor comercial y tecnológico pretendiendo que esta búsqueda conduzca a explicar la manera en que algunas plataformas de Internet logran trascender para convertirse en espacios de socialización útil para la audiencia que se vincula de manera activa, democrática y participativa, para hacer de este medio una forma alternativa de comunicación comunitaria, útil y preocupada por la búsqueda del bienestar.

REFERENCIAS

Sloterdijk, Peter. 2017. Estrés y libertad. Buenos Aires. Editorial Godot

Vargas Llosa, Mario. 2012. La Civilización del Espectáculo. México. Alfaguara.

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