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HAITÍ, TUS HIJOS SON MEXICANOS

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Comunicación para el Bienestar

“Haití, nunca libre, no tengas miedo de hacer sonar la alarma, tus hijos se han ido”, dice la canción Arcade Fire. Y no es metáfora ya que la situación en Haití es insostenible. Segundo país en obtener su independencia en el continente, después de los Estados Unidos, en una inédita revolución de esclavos. Pero hoy parece que nada de eso vale. El problema es de tales dimensiones en Haití que la ONU se declaró incompetente para seguir prestando ayuda a todos lo que decidieron quedarse en la isla. Y es que la situación se debate entre magnicidios, terremotos y el nada honroso último lugar entre los países de nuestro continente en el Índice de Desarrollo Humano.

Por eso es difícil juzgar a quienes han decidido emprender el camino del migrante. Fronteras de mar y olas que los condujeron a Brasil o a Chile, donde se contratan como mano de obra barata. Todo esto es temporal, pues el verdadero objetivo está centrado en los Estados Unidos, tierra de libertades imaginadas. Camino largo que los hace andar una ruta de casi 7 mil kilómetros a pie atravesando varios países de centro y Sudamérica para llegar a Guatemala, en donde se unen a las caravanas migrantes que buscan atravesar México.

Punto estratégico de las olas migratorias latinoamericanas, México es lugar de tránsito hacia el “mundo libre”. Última frontera, muy difícil de franquear. La línea es implacable, pero qué se puede perder si ya se abandonó a la familia, el lugar de origen y hasta el idioma. Las escenas de violencia son comunes tanto en Texas como en Tapachula, la border patrol y los agentes del Instituto Nacional de Migración son las dos caras de la misma moneda: violencia que busca desalentar a los que vienen atrás.

El concepto del “inmigrante ilegal” y su expulsión mediante la deportación no es más que una figura de control social, estas personas que no tienen cabida en sus lugares de origen ni en ningún otro país se convierten en humanos indeseables por una razón que va más allá de lo evidente, cada haitiano, centroamericano, sudamericano, africano, etc., que confronta la frontera sur de México lo que está haciendo es desafiar la idea del estado nación en cuyo nombre se justifica la violencia de Estado mediante una política migratoria que distingue entre extranjeros de primera y segunda categoría.

¿Qué diferencia existe entre un estadounidense que cruza la frontera norte y un haitiano que lo hace por el sur? ¿Por qué el primero puede atravesar nuestro país sin ningún tipo de restricción mientras el segundo es detenido y criminalizado? ¿Acaso el haitiano no es tan humano como el norteamericano y el mexicano? ¿No es el derecho a la movilidad una garantía universal?

Son poco más de 26 mil los haitianos que hoy están en México y algunos de ellos han decidido que ésta será su nueva morada, en donde ya radican temporalmente buscando obtener la calidad de refugiados, esperando los dos o tres meses que dura el trámite en albergues situados en distintas entidades del país.

Pero para casi todos los que han tomado la decisión de asentarse en México una nueva etapa en la lucha por tener una vida digna empieza. Y es que encontrar un refugio es un buen inicio, pero sin tener una estancia legal en el país, obtener empleo bien remunerado es complejo. No obstante, en ciudades como Tijuana empiezan a integrarse a la vida laboral en mercados, transporte público, construcciones, fábricas y comercios.

Es momento de ver la realidad y darnos cuenta que la demografía de nuestro país se ha modificado debido a estas grandes migraciones de la última década y que el mayor trabajo de adaptación, además de para los migrantes, es para las comunidades que los alojan porque tiene el reto diario de integrarlos a la dinámica social y establecer relaciones de convivencia y cooperación para los originarios y los nuevos residentes.

Es por ello que la propuesta de construcción de colonias para grupos migrantes, aunque pareciera ser la mejor opción, en el fondo no lo es, pues este modelo incita la segregación y limita el proceso de reconocimiento como iguales entre el uno y el otro en prejuicio de la integración social y el bienestar comunitario.

“Haití, nunca libre, no tengas miedo de hacer sonar la alarma, tus hijos se han ido”. Ahora algunos de ellos han emprendido el camino para radicar en México y tal vez convertirse en ciudadanos. O quizá, sólo es cuestión de esperar mejores tiempos para cruzar la frontera, a fin de cuantas, en la lógica del migrante la paciencia es la mejor virtud.

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