Juan Carlos Abreu
Hace no mucho, en aquella sesión de la Cámara de Diputados, en la que se discutía la constitucionalidad del transitorio que pretendía alargar el mandato de Arturo Zaldívar al frente del Poder Judicial, Porfirio Muñoz Ledo, atinadamente, dijo: “este es el país de sólo mis chicharrones truenan”.
Y para muestra de que tenía razón, un botón; López Obrador asumió, este jueves , una vez más, su papel de todo poderoso y descarriló el proceso para elegir a quién será la próxima presidenta de la Mesa Directiva del Senado.
Decidió sacar del gabinete a Olga Sánchez Cordero, hasta ese momento Secretaria de Gobernación, y la envió a presidir la cámara alta, y esto, en los hechos significa una grosera, abusiva y autoritaria intromisión en la vida del grupo parlamentario de Morena.
Y no es que la ex ministra de la Suprema Corte no tenga los méritos y las capacidades para ocupar esa puesto, todo lo contrario.
Lo que quiero dejar claro es que lo ocurrido es evidencia de que, contrario a lo que pregona, López Obrador es igual a los de antes; él manda, él dispone, porque quiere y porque puede, y si Ricardo Monreal no lo había entendido, pues que le vaya quedando claro.
