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EL INEGI Y LA OPORTUNIDAD QUE PERDIMOS

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Iveth Serna

Hace años que estamos estancados en una discusión estéril sobre la transformación del modelo económico de México, estéril e inútil. Si nuestros líderes fueran la mitad de estadistas de lo que se piensan, estarían concentrándose en lo importante; el instrumento metodológico utilizado en el Censo de Población y Vivienda 2020.

Después de la Gran Guerra, nuestro país y gran parte del mundo, adoptamos la idea de desarrollo en el que los indicadores siempre deben ir al alza. Esta lógica neoliberal mide los niveles de crecimiento a partir de macro indicadores desde una perspectiva economicista y utilitaria que, en México, encuentra su brazo legitimador en el cuestionario que el INEGI aplica cada década y que está deseñado para ofrecer una visión reduccionista de nuestra compleja realidad; se trata de repartir dinero a partir de la estadística.

La nota no está en los resultados sino en la metodología, en el marco conceptual que nos muestra que el instrumento que se utilizó el año pasado sigue la misma lógica neoliberal de los gobiernos anteriores.

El problema de tratar de introducir el concepto de bienestar como el eje rector de la política pública es que no se ajusta a la lógica cuantitativa del desarrollo, el bienestar complejiza el marco metodológico y nos obliga a buscar nuevas epistemologías para comprender estas “otras realidades” que no pueden concebirse desde el PIB o del ingreso per cápita.

En el horizonte cualitativo del bienestar que se enfoca en el individuo, sus capacidades, sus opciones para elegir entre distintos estilos de vida, su participación comunitaria, entre otras variables no medibles, el INEGI ya no tiene cabida porque no basta con saber cuántos mexicanos somos y dónde vivimos, necesitamos saber cómo somos, cómo vivimos, si elegimos vivir así, si nos gusta, si somos felices. Complejo.

Este cambio de paradigma, además de implicar una transformación del modelo económico, también nos obliga a cuestionar el modelo democrático que lo sostiene. En la lógica del bienestar necesitamos democracias comunales en las que exista una incidencia ciudadana y colectiva real en el diseño, operación y evaluación de la política pública pensada para el contexto y necesidades de cada comunidad.

Además de las complejidades metodológicas, tenemos grandes retos operativos que requieren de la voluntad y la altura de miras de nuestros líderes, que deben dejar de concebir el ejercicio de la administración pública en función de quién maneja los presupuestos.

El cuestionario aplicado en el Censo de Población y Vivienda 2020 nos dice que durante la siguiente década este país seguirá en una ruta neoliberal del desarrollo y de democracia representativa, hemos perdido la oportunidad de avanzar hacia la construcción de una epistemología que nos acerque al verdadero bienestar. Esa es la nota.

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