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EL ABRAZO QUE NO ME ATREVÍ A DAR

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Rafael G. Vargas Pasaye

Como muchos, quizá me atrevo a afirmar que todos, hemos tenido la desgracia de perder a alguien cercano, o conocido a alguien que ha perdido a un ser querido por los estragos del Covid-19.

Más allá de señalar posibles culpables, o de criticar políticas públicas de salud, vale la pena subrayar la importancia que va a tener desde ya el gran tema de la salud mental para muchos que estamos padeciendo de alguna u otra forma la convivencia diaria de la enfermedad.

Sabido es que a la crisis de salud le siguieron la crisis económica y con ella las demás que detonan: crisis de inseguridad, crisis de desintegración familiar, crisis permanente por un duelo que es diferente al que estamos acostumbrados.

Por ejemplo, en este último caso es por demás solitaria la enfermedad y su conclusión, sin acompañamiento, y en ocasiones sin despedidas. Esta semana tocó en suerte que una historia así entrara a la casa en Tepic en la persona del técnico que repara la lavadora, que es de esas que no requiere gas, solo con electricidad puede resolver todo el ciclo de lavado, y por ende, sus problemas son resueltos por especialistas.

El punto es que como parte del mantenimiento le tocaba cambio de bomba para que quedara resuelto el problema del llenado de agua cuando estaba apagada; vino la llamada al centro especializado, la cita a agendar, y la presencia del técnico, quien dio el veredicto, en cuanto nos llegue la bomba le llamamos.

Lo que en teoría quedaría resuelto en semana y media tuvo su siguiente capítulo a la tercera semana, cuando en una llamada para preguntar si la pieza había llegado, la respuesta fue negativa acompañada de una especie de catarsis, la señora, esposa del técnico, llorando comentó que su hijo de poco más de 30 años estaba internado muy grave por el Covid en Guadalajara. Me dio pena preguntar por la pieza las siguientes dos semanas.

Pero de pronto el sábado entró una llamada al celular y la mala costumbre de siempre responder hizo que el técnico que nos había visitado ya hace más de un mes me dijera que si podía abrirle porque estaba afuera de la casa e iba a cambiar la pieza. Buena suerte porque con las lluvias se requiere la secadora más de lo que uno cree.

Entró y me vio con Mateo, nuestro pequeño de dos años; comenzó con el cambio de la pieza para que la lavadora funcionara y noté cómo de cierto reojo miraba a Mateo; no se pudo contener y nos comentó que su hijo seguía muy grave, que estaba internado y que probablemente ya no le tocará verlo.

Confesó que sólo terminaría con nuestra lavadora, atendería otro cliente y saldría manejando a Guadalajara para estar con su esposa, y repitió: “yo creo que ya no alcancé a verlo, no lo he visto desde que lo internaron”. A veces uno es muy torpe para reaccionar en contextos así, no supe qué decir, lo único que dije fue: “¿cuánto le debo por la reparación?”. Seguramente su necesidad de urgencia se combinaba con la necesidad de recurso para el traslado y los gastos.

Al salir de casa se le notaba su paso pesado, va cargando pesar sin duda, la indescriptible sensación de saber que su hijo sufre y que no puede verlo y quizá tampoco puede hacer más, un joven de poco más de treinta años que tal vez no vuelva a ver a su papá. Cerré la puerta por dentro, subí las escaleras al cuarto donde estaba Mateo y lo abracé fuerte. A veces todos necesitamos un abrazo, y creo que el técnico necesitaba uno que no me atreví a darle.

@rvargaspasaye

www.consentidocomun.mx

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