Gerson Hernández Mecalco*
La palabra conspirar es divertida. Mario Benedetti escribió en Todos conspiramos. “Qué bueno que respires que conspires, en esta noche de podrida calma”. En política tienen muchas interpretaciones: Muerte, libertad y retórica. Las conspiraciones para asesinar a Venustiano Carranza, responsabilizar a la Iglesia Católica de enviar a León Toral a matar a Álvaro Obregón, las de Valladolid y Querétaro. Una conspiración es unirse contra un superior. Pero en la democracia la oposición es legal, abierta y legítimamente puede y debe luchar por el poder.
Alfredo Ávila, investigador de la UNAM, afirma que, en el último período de la época de la Colonia las conspiraciones contra la monarquía eran ilegales e ilegítimas. En la segunda mitad del siglo XVIII las autoridades persiguieron a los grupos que se reunían en las tabernas para hablar del gobierno de la Nueva España. Después de la Revolución Francesa, los españoles persiguieron franceses sin mucho fundamento (peluqueros y cocineros), por presuntamente conspirar una revolución. Fernando VII dirigió una conspiración contra la Nueva España. En 1812 en Veracruz algunos jóvenes fueron fusilados, sin ningún fundamento, por una presunta conspiración. Después de la Independencia el gobierno republicano aceptó la legalidad de la oposición.
En las elecciones de 1880 Porfirio Díaz intentó heredarle la presidencia a su compadre Manuel González y se habló de una conspiración. El plan de Francisco I. Madero a principios del siglo XX mostró otra conspiración. Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles investigaron a sus enemigos políticos desde el gobierno y ahí cambian las conspiraciones, ya que no se piensa en derrocar un gobierno, sino en mantenerlo. En la etapa sexenal surge la sedición, que es el levantamiento contra un gobierno con el fin de derrocarlo, representado por los sindicatos que no quisieron entrarle al charrismo como los ferrocarrileros y médicos.
En la segunda etapa del siglo pasado, el término conspiración se convierte en un concepto retórico. En 1968, el presidente Díaz Ordaz acusó a los jóvenes universitarios de ser parte de una conspiración internacional para arruinar los Juegos Olímpicos. También mandó a elaborar documentos contra Carlos Madrazo donde lo pintó como Napoleón Bonaparte. Alfredo Ávila dice que actualmente la conspiración es una estrategia retórica para justificar los actos de gobierno. Cuando terminó la Guerra Fría, esta retórica dejó de usarse para llamar de otra manera a los enemigos políticos.
Para la historiadora Ángeles Magdaleno, los autoritarismos de izquierda siempre crean un enemigo interno, pero ellos son los verdaderos conspiradores. El motivo de hablar de conspiraciones en el año 2020 es porque para la UNESCO, el nueve de junio se celebra el Día Internacional de los Archivos. Y en esa fecha en Palacio Nacional, la presidencia de la República “sembró” un documento confeccionado en la Segob que mostró una supuesta conspiración contra el gobierno. “Un documento de archivo tiene un carácter seriado y un emisor documental… no supieron cómo anular la identidad digital del documento… quién y en dónde lo hizo… se confeccionó en Gobernación”.
En México no existe ninguna conspiración y sí una lucha democrática por obtener el poder. El presidente López Obrador ha utilizado las teorías de la conspiración como una estrategia retórica maniquea desde hace más de dos décadas, pero como ya vimos no es nada nuevo. Benedetti decía que “en el fondo todos conspiramos, y no sólo los viejos que no tienen con qué pintar murales de protesta… conspiran el deudor y los pobres adulones”. Existen las conspiraciones gracias a quienes las creen, por creer que protagonizan la historia, pero sobre todo por su nulo espíritu democrático.
*Comunicólogo político y académico de la FCPyS UNAM, @gersonmecalco