Gabriel Bozza*
La elección brasileña para la Presidencia de la República es la más polarizada desde 1989. El domingo, los brasileños eligen al nuevo presidente entre el candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro (PSL) y el de izquierda Fernando Haddad (PT). De un lado Bolsonaro, representando un partido con poco menos de 10 segundos de TV y radio. El candidato ganó fuerza a partir de la campaña informal de votantes en internet. En la otra punta Haddad, de vice a candidato, pues aún en la primera vuelta el Tribunal Superior Electoral (TSE) no homologó la candidatura del ex presidente Lula.
La elección del domingo tiene como foco a los dos personajes, sin debate de políticas públicas. La probable victoria debe ser del peselista Jair Bolsonaro, diputado federal desde 2001 con discursos racistas, machistas, homofóbicos y preconcebidos. Homenajeó al coronel Carlos Brilhante Ustra, considerado torturador en la época de la dictadura, incluso de Dilma Rousseff.
Las elecciones de ese año marcan el derrocamiento del Partido de los Trabajadores. Fueron 14 años de gobierno petista. Ocho años del gobierno del presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, y seis años de gobierno Dilma Rousseff, fue expulsado del cargo. El período estuvo marcado por el crecimiento de políticas sociales, reducción de desigualdades sociales y redistribución de la renta. El combate a la miseria fue marca del segundo gobierno del ex presidente Lula, hoy preso en la sede de la Policía Federal, en Curitiba, tras ser condenado por la justicia en la Operación Lava Jato.
El descontento del elector brasileño con la corrupción que asoló el gobierno del PT es el resultado de la operación Lava Jato desde 2009 – investigación que hoy está en la 55ª fase, conducida por el juez Sérgio Moro. La falta de perspectiva de vida, la reducción del poder de consumo y entretenimiento del ciudadano brasileño, 13 millones de desempleados y otros en situación de trabajo informal, el sentimiento de no desarrollo social y económico, corrupción sistémica, falta de confianza en los partidos, políticos y las instituciones, y el sentimiento de apertura social para revelar sus preconceptos contenidos – discursos de odio narrados, circulados y distribuidos en plataformas digitales – aumentaron el sentimiento de la extrema derecha y el crecimiento de Bolsonaro.
Estamos entre la continuidad y la incertidumbre, el odiado y el odio, el destruido y la destrucción, el despreparo y el despreparado, y lo incomprensible y lo incomprendido. El próximo domingo, los brasileños eligen las opciones listadas arriba en la urna de votación. La elección actual es del grito, de las protestas, de las redes sociales digitales, de las fake news, del descrédito a las urnas y medios de comunicación, de la esperanza, del cambio, de las mayorías contra minorías, de la búsqueda de la felicidad. La elección parece haber sido hecha por la sociedad brasileña con Bolsonaro liderando las últimas encuestas con hasta 12 puntos porcentuales de votos válidos, a pesar del tímido avance de Haddad en las últimas encuestas.
En la segunda vuelta, no discutimos fundamentos e ideas en la propaganda electoral, sino el ser y el parecer. Pautamos el debate por los valores y comportamientos de los candidatos. No sabemos cómo vamos a generar empleos, hacer las reformas necesarias, ampliar las ofertas de educación, mejorar la salud pública, potenciar la cultura y el deporte, entre otros puntos centrales en la vida del elector brasileño. No devolvemos la confianza al elector. Salimos con más dudas de lo que entra en el proceso electoral. Ampliamos la incredulidad en instituciones democráticas. Intelectuales y personalidades por el mundo advierte sobre la elección de Bolsonaro y el perjuicio a la democracia. ¡La sociedad brasileña hizo su elección!
* Analista brasileño, texto en exclusiva para Sentido Común
