Rafael G. Vargas Pasaye
La posición de portero en el campo de futbol es sin lugar a dudas la más ingrata de las once que pisan el terreno, se corre el riesgo de pasar de héroe a villano en una misma jugada (a veces, las menos, también al revés), puede ser memorable una actuación donde no se dejó pasar ni el aire, pero la memoria colectiva te llevará por más tiempo si las pifias marcaron un momento clave como lo vivido en Kiev este sábado en la final de la Liga de Campeones.
Sin lugar a dudas sería un juego inolvidable, el favorito Real Madrid contra el Liverpool, cada uno con su nómina envidiable y sus estrellas multimillonarias, cada uno con su estilo y sus estrategas, cada uno con su afición en todo el mundo, el partido prometía… pero a los pocos minutos se rompió la perfección: sí, con la lesión de Mohamed Salah, estrella del Liverpool.
Las alarmas se encendieron en Egipto, su estrella podría perderse el cada vez más cercano Mundial de Rusia, sin embargo, a las pocas horas el equipo médico de esa selección nacional emitió un comunicado para informar que si bien la lesión dañó el ligamento del hombro, el pronóstico es optimista para que Salah juegue el Mundial.
El ánimo se vino debajo de los llamados Reds, pero seguían como equipo grande en el campo de juego hasta que el destino hizo una de esas malas pasadas: era el minuto 50 cuando el balón llegó a las manos de Loris Karius, quien lo mandó en un tradicional pase a un compañero cercano pero no contó con que Karim Benzema de los merengues estiraría el pie para desviar el balón y de manera peliculezca entrara a la portería del Liverpool.
El error estaba hecho, la mirada del arquero se notaba en búsqueda de alguna explicación o de algún cómplice para compartir el mal rato, tragar saliva sólo quedaba y levantar el rostro, los miles de aficionados en el estadio y los millones alrededor del mundo no daban crédito a lo sucedido. Una escena quizá común en el futbol llanero, o en algún encuentro amateur, de hecho pocos goles se han presentado así en el futbol profesional.
El juego siguió. Para fortuna de Karius fue su compañero Sadio Mané quien le dio el empate a su equipo, nada para nadie, todavía se podía llevar el trofeo conocido como la orejona, todavía el Liverpool tenía vida, todavía podían celebrar con Salah quien se reportaba estable desde donde lo estaban cuidando. Todavía el imperio británico tenía oxígeno en esta batalla.
Pero en todo guion debe haber más participantes, en esta ocasión fue traído desde la banca, Gareth Bale su nombre, y entró para hacer la típica travesura con la que sueña todo jugador, entrar y anotar, pero no sólo eso, sino hacer inolvidable la anotación por su forma, una chilena a pie cambiado, sorprendiendo a todos, incluso el más sorprendido fue el mismo anotador, el festejo fue explosivo, la tercera final consecutiva se pintaba de blanco.
Pero a la historia le hacía falta un capítulo, el de la insoportable levedad de llamarse Loris Karius, no le bastaba con haber cometido la pifia en el primer gol, tenía que robarse la nota, ser el gran villano por encima del gran héroe, ser el objeto de odio de sus compañeros y aficionados, así como el de los hinchas que no soportan al Madrid.
Una mala técnica hizo que lo que parecía un tiro normal, se incrustara en la red luego de la duda del arquero, no se decidió si atajar, desviar, atrapar o qué hacer con ese disparo, en el pecado llevó la penitencia. El telón estaba por caer. Era el minuto 82, y quien hizo el tiro fue el mismo Bale.
Al final del encuentro y con la derrota y humillación a cuestas se le vio ofreciendo disculpas a sus colegas y a los aficionados presentes en el estadio, las lágrimas eran su forma de comunicarse, sus gestos y soledad lo decían todo. El libro debía terminar ya, no tenía caso registrar la entrega del trofeo al campeón.
@rvargaspasaye
