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11-S. A 20 AÑOS DE LA IGNOMINIA

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Daniel Aceves Rodríguez

En los inicios del siglo XXI, cuando parecía que ya nada podía superar nuestra capacidad de asombro, el mundo quedó consternado al observar lo que ocurría un martes once de septiembre del año dos mil uno en el país más poderoso del mundo.

Las imágenes que se repetían continuamente parecían haber sido sacadas de famosas películas que el mismo pueblo norteamericano exportó al resto del mundo, donde al calor de una ficción los asistentes al espectáculo se veían inmersos en una trama en que la violencia y el terror hacían presa de las más importantes ciudades de la Unión Americana.

Sin embargo, en eses martes negro, la ficción de otras ocasiones quedaba muy al margen, con una angustia que anudaba la garganta se veía como se llevaba a cabo el ataque terrorista más crudo y salvaje perpetrado por la mente humana, donde dos aviones con inocentes pasajeros eran utilizados como arma letal para impactarse y posteriormente derribar  las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York llenando de pánico, horror y sangre a esta ciudad, centro del poder financiero mundial.

Atrás había quedado ya la utilización de explosivos u otro tipo de armas, el chantaje o la impiedad de un asalto con violencia, ahora en plena luz del día frente a millones de espectadores, un enemigo oculto superaba todas las barreras lógicas de los sofisticados sistemas de seguridad y como postrer inmolación al clásico estilo “kamikaze” provocaba a su paso una estela de llanto, dolor e impotencia que marcó la pauta de los acontecimientos de ese siglo que iniciaba.

Este acto terrorista que llenó de luto a miles de familias y de indignación a gran parte del mundo, se expande en la historia como una prueba del poco aprecio que se tiene por la vida y de una falta de sentido auténtico de la caridad y amor por el prójimo.

Las escenas dramáticas dejadas por el derrumbe de las torres, demuestran también el derrumbe moral que daba muestras lo que sería el rumbo de los acontecimientos que tomarían las acciones de estos años venideros con una sociedad cegada por un terrible deseo de poder y venganza.

En ningún momento es justificable para cualquier tipo de fundamentalismo o grupo rebelde generar actos tan salvajes como el perpetrado en los Estados Unidos o las actuales ejecuciones a cuchillo sobre reporteros norteamericanos que han circulado en las redes sociales, cualquier diferencia en cuestiones de creencias, pertenencia o justicia deben dirimirse en otras instancias y dejar al margen la integridad de las personas.

Vivimos una época difícil, donde la jerarquía de los valores ha sufrido un trastrocamiento tal, que no permite al ser humano guiar su vida por el camino del bien, o más en concreto, es tan vago y relativo el concepto de bien, que fácilmente se intenta justificar a su manera cualquier tipo de acción.

Lo que provino después es de sobra conocido, las guerras declaradas por la potencia más poderosas del orbe hacia países como Pakistán donde se aseguraba entre riscos y desierto se ocultaba el cerebro intelectual de dichos ataques Osama Bin Laden y su grupo de talibanes, la posterior guerra contra Irak con el consiguiente arresto y posterior ejecución de su líder Saddam Husein condenado a la horca, y años después la detectivesca búsqueda por medio de lo más acendrado de la inteligencia policial que terminó por fin con el mito del jefe fundamentalista talibán de Al Qaeda.

El corazón del mundo de buena voluntad quedó partido con los lamentables hechos de ese fatídico 11 de septiembre, y el espíritu quedó intranquilo por todas las consecuencias desencadenadas bajo esa terrible acción, donde fue antepuesto el deseo de venganza antes que el deseo de justicia, una justicia que deseamos que predomine en todos los ámbitos de nuestra vida donde debe estar por encima de todo la prudencia ante cualquier acto de provocación, y que de una vez por todas el mundo se dé cabal cuenta que el camino que ha tomado en muchos puntos lleva un rumbo diferente, un rumbo cambiado de aquél de caridad, armonía y felicidad con el cual soñamos y que deseamos no se repitan jamás actos como los de ese fatídico martes 11 de septiembre.

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