Miguel Espejo
La poesía representa en mi vida personal, una de mis mayores debilidades, desde los seis o siete años inicié a declamar, convirtiéndome en un clásico declamador de mi pueblo, era el ajonjolí de todos los moles para los días de las madres, del maestro, del estudiante y toda fecha festiva, más adelante me hice un asiduo lector de los grandes maestros de la poesía, desde Jaime Sabines y sus Amorosos, hasta Mario Benedetti y Corazón Coraza, pasando por Juan de Dios Peza con su Fusiles y Muñecas clásico, Gustavo Adolfo Becquer con sus rimas, Pablo Neruda y su poema número 20, etc.
Fue como a los 17 años que estaba en tercero de preparatoria cuando me dio por hacer intentos de escribir poesía, y he de haber tenido como unos 19 años, cuando escribí un poema que quiero compartirles el día de hoy, que a esa edad era una pequeña reflexión sobre Dios, aún no me daba por el lado filosófico y no había leído a Sócrates, Platón o el mismo Nietzsche con su Anticristo, por lo que es importante contextualizar el poema con base en la edad que tenía. Enseguida les comparto el poema.
¿Dónde estás Padre?
Cierta Noche me encontraba,
Sobra la vida reflexionando,
Y entre más reflexionaba,
Más me iba preocupando.
Hasta que llegué al punto,
De cómo surge la vida,
O que si Dios, es un asunto,
Que de pronto se nos olvida.
Y sin querer, sin pensarlo,
Me pregunté: ¿Quién es Dios?,
¿Dónde tengo que buscarlo?,
Para demostrarle mi Amor.
Y no encontré respuesta,
Porque yo no la sabía,
Así que formulé una encuesta,
Para saber si existía.
Al otro día temprano,
Ingresé en la catedral,
Pero sólo vi humanos,
Que observaban un altar.
Y me llamó la atención,
La Fe de una señora,
Que con mucha devoción,
Prendía una veladora.
Después empecé a observar,
Cuánto lujo en los altares,
¿Y es que a Dios le van a agradar?
Tantas cosas materiales.
Me salí decepcionado,
Porque a Dios no encontré,
Y pensé desesperado,
Encontrarlo, no podré.
Así, que emprendí el camino,
Sin saber por dónde ir,
Dejando solo al destino,
Mi sendero dirigir.
Hasta detenerme en la plaza,
Observando a unos niños,
Que jugaban a la casa,
Con Amor y con cariño.
Tomados de una mano,
Brincaban entusiasmados,
Cuando de pronto un anciano,
Llegó y se sentó a mi lado.
Y volteando la mirada,
Al mismo tiempo los dos,
Él a los niños señalaba,
Diciéndome: ahí está Dios.
Prosiguiendo en seguida,
Ya sin dejar de hablar,
En las cosas de la vida,
Es donde él debe estar.
Pues pongamos por ejemplo,
A Dios y su devoción,
Si él construyera un templo,
Lo haría en tu corazón.
Para poder vivir,
Y también manifestarse,
En tu forma de sentir,
De amar y de expresarte.
Para construir un mundo,
Donde no exista el dinero,
Donde no haya moribundos,
Ni tampoco, limosneros.
Si quieres encontrar a Dios,
Vestido de ser humano,
Ponle el rostro de tu Amor,
De tu enemigo o tú hermano.
O quizás sea una rosa,
Un bebe o un ruiseñor,
Lo que quieras, cualquier cosa,
Porque Dios, Dios es Amor.
Esto fue lo último que dijo,
Pues al voltear la mirada,
Mi mirar se volvió fijo,
Puesto que no encontré nada.
Y fue cuando comprendí,
En mi pensar de mundano,
Que cuando a Dios Conocí,
Le puse el rostro de Anciano