Rafael G. Vargas Pasaye
Treinta años atrás apareció una producción titulada “Valedores juveniles”, firmada por Luis “El Haragán” Álvarez, llevaba por portada (era LP y casette) la espigada figura del cantante con un fondo rojo, donde sobresalían melodías como “Muñequita sintética”, “A esa gran velocidad” y por supuesto su himno, “El no lo mató”. El nombre era una directa crítica y burla a un concurso musical juvenil patrocinado por una marca de licores llamado “Valores juveniles” que se transmitía por la televisora de mayor alcance en ese momento en México.
Para su segundo albúm “Rock que se comparte” la portada era la famosa imagen del hombre sentado junto a un nopal y tapado con un sarape y un gran sombrero, diseño de Beto Fink, donde sobresalieron canciones como “El haragán”, “Urbanidad” y “Buscando amor en las calles”.
Pese a que el cantautor en diversas entrevistas y declaraciones no le gustaba que lo acotaran al llamado rock urbano, sin duda es uno de sus máximos representantes, donde en sus letras reflejaba en crónicas musicalizadas lo que pasaba en la cruda realidad.
Problemas de juventud, de suicidio, de excesos, o de ver cómo por aceptar un ridículo reto su amigo Marcos Hernández, murió por un disparo de un policía al robar una tienda de abarrotes como se describe en “El no lo mato”, sin embargo, lo que se criticaba en la letra no queda solo allí, sino se eleva al tema de criticar a la sociedad, a la familia, a los amigos, como lo dijo el mismo artista, su amigo, “no tenía necesidad de robar, él trabajaba, sólo que ese día después de unas chelas, lo animaron al atraco”, por eso la letra señala que quien lo mató “Fue el medio, la sociedad, sus padres, su familia, la necesidad…”, pero no la de la pobreza, sino la necesidad de pertenencia a un grupo.
Las historias las conoció de primera mano, subía a tocar en camiones para terminando pedir cooperación y juntar el dinero suficiente para seguir tocando. Sus canciones también parecen salidas de un manifiesto contra la globalización o el capitalismo. “Urbanidad” señala que la ciudad “se pudre y te pudre entres sus arterias de cables y se muere”.
Se pueden reflejar perfectamente la marginalidad, los estereotipos, la idiosincrasia de los que no tienen voz. Ante los grupos armónicos que proyectaban los medios convencionales, en los conciertos callejeros y en las explanadas escolares, “El Haragán” se abría paso, sin perder nunca su estilo, que se notaba disco a disco, y con la crítica siempre a flor de piel como en “¿Qué va a ser de él, Dios?”, donde echa en cara que por momentos la sociedad está más alterada por un perro muerto que por el infante que se droga.
Treinta años después de grabar en una disquera poco conocida, y con 11 producciones en total, se ha dado el lujo incluso de participar en sound tracks para películas, y dar conciertos fuera de México. El nacido en una Navidad de 1967 en una entrevista con Héctor González para Milenio en mayo de 2016 a la pregunta de si se siente contracultural, respondió: “Un poco. No somos un grupo planeado sobre una mesa de trabajo. Nos juntamos por la necesidad de comunicar el momento histórico que estábamos viviendo. En ese sentido, tomamos al rock como lo que siempre ha sido: algo que está en contra de las modas y las músicas que se imponen en la radio y la televisión”.
La más reciente producción que el artista ha publicado en su canal de la red YouTube es la melodía “Muñequita sintética” en compañía de Rubén Albarrán, líder de la banda Café Tacvba, y la evolución musical se nota de inmediato, igual que la nostalgia que despierta volver a escucharlo para varias generaciones.
@rvargaspasaye