Luis Rubén Maldonado Alvídrez
México es otro. Ya hay abundancia, se acabó el desempleo. Las pensiones y becas son suficientes para vivir mejor y la paz impera en el país. Esto lo aplaudirán hasta el agotamiento los abyectos y la chairiza.
Para ellos, la llegada un hombre a la presidencia ya hizo que todo cambiara por arte de magia. El rayo de esperanza ha transformado al país, desde su punto de vista. Lo más lamentable es que se lo creen aunque la realidad que tienen enfrente les diga lo contrario.
Desde hace un año, gobernar dejó de ser una actividad profesional que busca soluciones en el corto, mediano y largo plazo para los países, estados y municipios. Desde la llegada del prejidente López Obrador, gobernar se volvió un acto de fé y una prédica permanente para mantener leales a sus creyentes.
López Obrador se quejó por años de la falta de democracia, de la falta de contrapesos al poder y de la violencia en cada rincón del país. Hay que recordar que secuestró pozos petroleros en Tabasco en 1988 cuando fue arrasado en las elecciones por la gubernatura de Tabasco. Luego en 2006 secuestró Paseo de la Reforma por su necedad de no aceptar el resultado de aquella elección.
A un año de que llegó a la presidencia respaldado como ningún otro presidente en el siglo XXI, todo han sido palabras y pocas acciones para que México avance. La prédica es su verdadera vocación, la destrucción su obsesión y el pasado su sensación.
La liturgia matutina incluye sus conferencias de prensa que han sido efectivas hasta el momento, para dominar la agenda y para fortalecer a su fieles. También han servido para atacar y denostar a quienes piensan diferente; pero han servido para prometer más y distraer más.
Su aceptación sigue siendo tan alta, que la gente le creerá que los marcianos llegaron ya.
No le importa lo bien hecho. El cree que para avanzar hay que destruir lo logrado entre finales de los años 80 y el 2018, todo con el afán de volver a las èpocas gloriosas del partido hegemónico y presidencialismo absolutista (del cual por décadas se quejó).
Entre más dividido esté el país, mejor. Ha logrado con éxito pulverizar a la oposición. El PRI no encuentra su lugar fuera del poder y el PAN intenta hacer lo que mejor sabe: ser oposición. El resto están de su lado.
Andrés Manuel le apuesta a un gobierno de terror. Sí se oponen a él, en sus conferencias de prensa, asegura tolerar la crítica. Pero con la otra mano, alienta a la chairiza digital a atacarlos con todo para que se tengan que doblegar ante el tlaotani bananero.
Para sus fines, AMLO ha tenido logros:
Denostar a la prensa para mermar su credibilidad.
Pulverizar a la oposición.
Doblegar a los empresarios (que lo critican un día y al otro le besan la mano).
Eliminar todo contrapeso al poder.
Destruir todo proyecto que implique modernidad para el país.
Mandar al diablo a las instituciones.
Patrocinar a un dictador.
Solapar a los ladrones de votos (como Barbosa y Monreal).
Alimentar los ímpetus dictatoriales de los gobernadores Morenos (como Bonilla en Baja California).
Ser el mandadero de Trump.
Inventar conspiraciones para minimizar masacres y hechos violentos.
Aplaudir el linchamiento digital.
Ya se apoderó de la SCJN.
Y todo eso apenas le ha costado apenas perder 5% de aceptación en las encuestas.
Para el país, no ha habido logros, salvo en materia educativa.
No tendremos ni aeropuerto en Texcoco y menos en Santa Lucía, (Panamá ya nos comió el mandado).
El tren maya nació muerto.
Y el único tren que está al 80% de avance en construcción, lo quieren destruir.
Corral y él ya son amiguitos y hasta cómplices.
Mientras la gente crea antes de pensar, la cuarta transformación tan prometida, nunca llegará.
ULTIMALETRA
Para que un país sea próspero se necesita más democracia, misma que no es el acto aislado de ir a votar. El plebiscito de la semana pasada fue un ejercicio inédito, aunque no muy exitoso en cuanto a la participación de la gente, pero un inicio de la evolución de la democracia chihuahuense.
luisruben@plandevuelo.mx