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Los padres como educadores

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Se ha demostrado que cuando los padres de familia se involucran en la educación de sus hijos, los niños aprenden más, disfrutan el estudio, les gusta la escuela y obtienen mejores calificaciones. Sin embargo, el interés de los padres por la educación de sus vástagos es distinta según su nivel de escolaridad: es mayor, cuando tienen escolaridad elevada, y es menor, cuando tienen escolaridad mínima.
La realidad de México es que existe una gran mayoría de familias con padres de familia poco interesados en la educación de sus hijos —aunque ignoro si existen mediciones sobre este fenómeno. Los padres de familia viven, en su mayoría, agobiados por las tareas básicas (trabajo, casa, alimento) que aseguran la sobrevivencia del grupo familiar y difícilmente pueden invertir un tiempo significativo en los asuntos educativos.

La educación, piensan ellos, es un asunto de la escuela y es responsabilidad exclusiva de los maestros. En otras palabras, los padres se rehúsan a asumir su papel de educadores y descargan el 100% de la responsabilidad educativa en los maestros. Esto, naturalmente, no es correcto, ni justo. Los padres son co-educadores, junto a los maestros de escuela.
Es más, los padres desempeñan un papel fundamental en la formación del carácter y en socialización primaria de los niños. Su función educativa es esencial, tanto en la primera infancia, como durante los años de escolaridad de sus hijos. Está comprobado, por ejemplo, que cuando los padres se informan sobre el desempeño de sus hijos en la escuela, los niños tienen más probabilidades de mejorar su aprendizaje.
Los resultados mejoran cuando los padres acompañan a sus hijos en el estudio, haciendo junto con ellos las tareas o ejercitando la lectura en voz alta. En realidad, hay infinidad de recursos para que los padres intervengan en apoyo de la educación escolar de sus hijos; no obstante, a veces es necesario movilizar algunos elementos para suscitar esa actividad.
Para estimular la intervención educativa de los padres es importante, por ejemplo, que reciban información pertinente para la realización de esa tarea. Esa información, en ocasiones, debe proveerla el mismo maestro de escuela que, se supone, debe estar en contacto permanente con los padres de familia de sus alumnos. El maestro debe informar al padre sobre la evolución de los aprendizajes de su hijo a través de reportes periódicos, pero además debe dar instrucciones precisas sobre cómo deben actuar los padres en actividades educativas de apoyo, como las tareas.
Lamentablemente, en México hay poca información sobre el papel educador de los padres de familia y casi no existen instituciones que desarrollen investigación sobre este campo de importancia crucial. Pero los consejos escolares —en los sitios donde funcionan—deberían jugar un papel importante para promover la instrucción de los padres de familia. Lo mismo podrían hacer las autoridades locales (municipios, delegaciones) que podrían dotarse de programas para la promoción de la educación paterna.
Hay que apoyar a las familias, pero no sólo en la esfera material —donde hay que seguirlo haciendo— sino también en la esfera cultural y educativa. La pobreza es material y espiritual, pero la educación y la cultura hacen posible una emancipación que no se logra con la obtención exclusiva de los satisfactores materiales. Hay que combatir la pobreza en los dos frentes, pero el cultural no debe ser soslayado.
Es necesario medir la participación de los progenitores para poder desarrollar estrategias que fomenten esta intervención.

Gilberto Guevara Niebla
Profesor del Colegio de Pedagohttp://campusmilenio.mx/administrator/index.php?option=com_k2&view=item#gía de la UNAM; Consejero del INEE.

Texto publicado en Campus Milenio

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