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Lectura atenta y pensamiento crítico

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Mabel Díaz

Somos, como nunca antes, consumidores y creadores de contenido. Nos movemos en la sobreabundancia de información (y desinformación) fragmentada, entre vitrinas digitales con potencial ilimitado para exhibir aquello que queramos decir y exponer, bajo estímulos constantes que compiten por nuestra atención, en plataformas de redes sociales cuyos algoritmos apelan a nuestros instintos y emociones más que a nuestra racionalidad.


Nos hallamos además ante la presencia de inteligencias artificiales capaces de asumir, de forma creciente, tareas del orden creativo e intelectual, antes exclusivamente humanas.
Todo esto se produce en un contexto en el que habilidades cognitivas esenciales, como la competencia lectora, muestran signos de declive en la población joven y adulta.
Ezra Klein escribió en 2022: “Cada día consumimos una asombrosa cantidad de información. Escaneamos artículos noticiosos en línea, revisamos mensajes de texto, correos electrónicos, navegamos por nuestros feeds en las redes (…) En 2009, un equipo de investigadores descubrió que el estadounidense promedio consumía aproximadamente 34 gigabytes de información al día. Sin duda, ese número sería aún más alto hoy”.


Por otra parte, el informe Digital News Report de 2023 sobre tendencias globales en el consumo de información destaca que en más de la mitad (un 56%) de los mercados analizados existe una preocupación por identificar qué es verdadero y qué es falso en el ámbito de las noticias en internet, con un incremento de dos puntos respecto al año anterior.
Además, se señala que la confianza en la información noticiosa ha disminuido. Las audiencias no solo se muestran escépticas respecto a la precisión del contenido sino también frente a los algoritmos que determinan qué información se les presenta y a las fuentes que se los proponen.

Existe “preocupación por que las noticias ‘demasiado personalizadas’ puedan llevar a perderse información importante” y desconfianza hacia periodistas y editores “porque mucha gente considera que las fuentes tradicionales también están cargadas de sus agendas y sus sesgos”.
La sospecha frente a la calidad y el origen de los discursos a los que nos vemos expuestos, y el impulso de recuperar nuestra autonomía en lo que respecta a cuánto y qué elegimos leer, ver o comunicar, así como de dónde y de qué fuentes obtenemos la información, o en qué espacios conversar e intercambiar, son indicios de una pulsión que nos insta a cultivar y ejercer el pensamiento crítico en la cotidianidad de nuestras vidas.


En un reciente documento de la UNESCO, donde se presentan las diez competencias más citadas por los expertos como más valiosas en nuestro tiempo, aparece el pensamiento crítico. “Es una habilidad cognitiva –dice el informe– que consiste en utilizar la lógica y el razonamiento para identificar las fortalezas y debilidades de los argumentos, o de solución de problemas”.
El pensamiento crítico también tiene que ver con discernir las lógicas que subyacen en nuestras ideas, decisiones y acciones y en nuestro entorno; con “hacernos cargo de nuestras mentes y ser nosotros mismos quienes determinemos, de hecho, qué las moldea”, según Richard Paul, reconocido experto en el tema. “Así como pensamos, actuamos. Si vemos una situación de una determinada manera, actuamos en correspondencia”, decía. Lo que albergamos en nuestra mente determina nuestra experiencia vital.


La lectura, junto a la escritura, la oralidad, y la escucha, son procesos que precisamente dan forma al pensamiento. Contribuyen a configurar cómo damos sentido a nuestra interioridad y cómo percibimos y participamos en el mundo.
En “¿Por qué la lectura de alto nivel es importante?”, los autores del “Manifiesto de Liubliana por la lectura atenta”, presentado en la Feria del Libro de Frankfurt en octubre pasado, nos recuerdan la estrecha relación entre los diferentes tipos de lectura de alto nivel, y el desarrollo de múltiples habilidades vinculadas al pensamiento crítico.


La lectura crítica abre los ojos frente a la abundancia de desinformación y a la existencia de sesgos y manipulación política e ideológica. Presta concienzuda atención a la lógica, escudriña inferencias y analogías, y analiza las fuentes de información. La lecturainmersiva está estrechamente relacionada con la atención sostenida y la concentración.
La lectura literaria no solo mejora las habilidades lectoras, sino también la sofisticación narrativa, la toma de perspectiva, la amplitud de vocabulario, y la paciencia cognitiva, entre otros. Expone a los lectores a una amplia variedad de experiencias y técnicas lingüísticas. La lectura de formato largo da lugar a asuntos de alta complejidad que requieren ser abordados más allá de un texto breve.


La lectura tiende, sin embargo, a ser subestimada y calificada de manera superficial, a ser reducida a un mero ejercicio de decodificación. “A pesar de las exigencias que una sociedad tan altamente desarrollada como la nuestra le impone a la lectura, la realidad es que muchas personas enfrentan dificultades para adquirir incluso las habilidades lectoras básicas, y tanto las habilidades como los hábitos de lectura de nivel superior se encuentran en declive”, recuerdan los autores del manifiesto.


Los últimos resultados de las pruebas PISA, que miden la capacidad de los alumnos de quince años de utilizar sus conocimientos y habilidades de lectura, matemáticas y ciencias para afrontar los retos de la vida real, “muestran un empeoramiento inédito en la inmensa mayoría de los países participantes por la Covid y más factores”. El promedio de calificación en los países de la OCDE disminuyó en diez puntos en lectura, lo que equivale a medio año de aprendizaje en este campo, aproximadamente.


El Manifiesto de Liubliana hace un llamado a fortalecer las habilidades y prácticas de lectura de alto nivel para navegar las complejidades de la sociedad contemporánea. La lectura atenta y profunda constituye una luz para no ir ciegos, desprovistos y obsecuentes por el camino de la incertidumbre y por los desafíos que esta era nos plantea.

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