PERSONAS SUSCEPTIBLES QUE SE OFENDEN POR TODO
Cuando imaginamos un copo de nieve lo asociamos a la belleza y unicidad pero también a su enorme vulnerabilidad y fragilidad. Esas son precisamente dos de las características que definen a las personas que llegaron a la adultez en la década de 2010. Se afirma que la generación “copo de nieve” está formada por personas que son extremadamente sensibles a los puntos de vista que desafían su visión del mundo y que responden con una susceptibilidad excesiva a los más mínimos agravios, poseyendo una escasa resiliencia.
La voz de alarma, por decirlo de alguna manera, fue dada por algunos profesores de universidades como Yale, Oxford y Cambridge, quienes notaron que la nueva generación de estudiantes que acudía a sus clases era particularmente susceptible, poco tolerante a la frustración y particularmente dada a formar una tormenta en un vaso de agua.
Cada generación refleja la sociedad que les tocó vivir
Se dice que los hijos se parecen más a su generación que a sus padres. No hay dudas de que para comprender la personalidad de alguien y su comportamiento es imposible abstraerse de la relación que estableció con sus padres durante la infancia y adolescencia, pero no es menos cierto que los estándares y expectativas sociales también desempeñan un papel importante en el estilo educativo y moldean algunas características de personalidad. Si recurrimos a un símil, podemos decir que la sociedad es la tierra donde se planta y crece la semilla y los padres son los jardineros que se encargan de lograr que crezca.
Esto no significa que todas las personas de una generación responderán al mismo patrón, por suerte siempre hay diferencias individuales. Sin embargo, tampoco se puede negar que las distintas generaciones tienen metas, sueños y formas de comportarse características que son fruto de las circunstancias que les tocó vivir y que en algunos casos incluso llegan a ser impensables en otras generaciones.
Por supuesto, lo más importante no es colocar etiquetas sino comprender qué se encuentra en la base de este fenómeno, para no repetir los errores que han lastrado habilidades tan importantes para la vida como la Inteligencia Emocional y la resiliencia.
3 errores educativos colosales que han creado la generación “copo de nieve”
1. Sobreprotección. La extrema vulnerabilidad y escasa resiliencia de esta generación sienta sus orígenes en la educación. Generalmente se trata de niños que fueron criados por padres sobreprotectores, dispuestos a allanarles el camino y resolver en su lugar el más mínimo problema. Como resultado, estos niños no tuvieron la oportunidad de enfrentarse a las dificultades y conflictos del mundo real y desarrollar la tolerancia a la frustración y la resiliencia. No debemos olvidar que una dosis de protección es necesaria para que los niños crezcan en un entorno seguro pero cuando esta les impide explorar el mundo y limita sus potencialidades, se convierte en un patrón dañino.
2. Sentido exagerado del “yo”. Otra característica que define la educación que recibieron las personas de la generación «copo de nieve» es que sus padres les hicieron sentir sumamente especiales y únicos. Por supuesto, todos somos únicos, y no es malo ser conscientes de ello, pero también debemos recordar que esa unicidad no nos brinda derechos especiales sobre los demás ya que todos somos tan únicos como los otros. El sentido exagerado del “yo” puede dar pie al egocentrismo y la creencia de que no es necesario esforzarse demasiado ya que, a fin de cuentas, somos especiales y tenemos el éxito garantizado. Cuando nos damos cuenta de que no es así y que tenemos que trabajar muy duro para lograr lo que queremos, perdemos los puntos de referencia que nos guiaban hasta ese momento. Entonces empezamos a ver el mundo hostil y amenazante, asumiendo una actitud victimista.
3. Inseguridad y catastrofismo. Una de las características más distintivas de la generación copo de nieve es que piden la creación de “espacios seguros”. Sin embargo, resulta curioso que estas personas han crecido en un entorno social particularmente estable y seguro, en comparación con el de sus padres y abuelos, pero en vez de sentirse confiados y seguros, tienen miedo. Ese miedo está causado por su falta de habilidades para enfrentar el mundo, por la educación excesivamente sobreprotectora que han recibido y que les ha enseñado a ver abusos potenciales en cualquier acción y a sobredimensionar los sucesos negativos convirtiéndolos en catástrofes. Eso les lleva a desear encerrarse en una burbuja de cristal, a crear una zona de confort limitada donde se sienten a salvo.
Para comprender mejor cómo la educación recibida impacta en un niño, es importante tener en cuenta que los pequeños buscan puntos de referencia en los adultos para procesar muchas de las experiencias que viven. Eso significa que una cultura paranoica, que ve abusos y traumas detrás de cualquier acto y que responde con sobreprotección, generará efectivamente niños traumatizados. La forma en que los adultos enfrenten una situación particularmente delicada para el niño, como un caso de abuso escolar, puede marcar la diferencia dando lugar a un niño que logra sobreponerse y se vuelve resiliente o a un niño que se vuelve temeroso y se convierte en una víctima.
¿Cuál es el resultado?
El resultado de un estilo de crianza sobreprotector, que ve peligros en todas partes y promueve un sentido exagerado del “yo”, son personas que no cuentan con las habilidades necesarias para enfrentarse al mundo real.
Estas personas no han desarrollado la suficiente tolerancia a la frustración, por lo que el más mínimo obstáculo las desmotiva. Tampoco han desarrollado una adecuada Inteligencia Emocional, por lo que no saben lidiar con las emociones negativas que despiertan ciertas situaciones.
Como resultado, se vuelven más rígidas, se sienten ofendidas por opiniones diferentes y prefieren crear “espacios seguros” donde todo coincida con sus expectativas. Estas personas son hipersensibles a la crítica y en sentido general a todas aquellas cosas que no encajen en su visión del mundo.
También son más propensas a adoptar el rol de víctimas, considerando que todos están en su contra o se equivocan. De esta manera desarrollan un locus de control externo, poniendo la responsabilidad en los demás, en vez de asumir las riendas de su vida y cambiar aquello que pueden cambiar.
El resultado también es que estas personas son mucho más vulnerables a desarrollar trastornos psicológicos, desde el estrés postraumático hasta la ansiedad y la depresión. De hecho, no es extraño que la cifra de trastornos del estado de ánimo aumente año tras año.
Fuente:
Mistler, B. J. et. Al. (2012) The Association for University and College Counseling Center Directors Annual Survey Reporting. AUCCCD Survey; 1-188.
Tomado de www.rincondelapsicologia.com