Rafael G. Vargas Pasaye
Es una de las preguntas del día, ¿para ti quien ganó el debate?, y claro que es una pregunta tramposa, pues depende a quien se la hagas tendrá su sesgo, ya que hasta cierto punto todos tenemos un favorito o si no al menos alguien que nos disgusta de entre los ahora cuatro candidatos presidenciales en México.
José Antonio Meade, el ciudadano cada vez más del PRI (en coalición con PANAL y PVEM) se notaba con un traje al menos una talla más grande que la suya, tal vez mejor que en el primer debate pero no contundente, paseando a su lado vimos al publicista Carlos Alazraki, quien a falta de más argumentos creo su colaboración se basó en recomendar que antes del debate usara la idea de “chingón”, pero no más. Y es que Meade llegó a su tope en esta arena, exigirle de más implicaría correr el innecesario riesgo de cambiarle su esencia.
Andrés Manuel López Obrador de MORENA se vio en su papel, con sus frases hechas y con ocurrencias, al menos dos que se robaron los reflectores: el esconder la cartera cuando se acercó el candidato frentista y el de llamarle al mismo candidato peyorativamente “Ricky Rickyn Canallín”. Incluso se notaba falto de reflejos, no sé si de preparación con ciertos temas, pero está entrando en esa burbuja a la que entró Vicente Fox en el año 2000 cuando sus pifias ya no le costaban puntos en contra.
Ricardo Anaya del Frente por México (PAN-PRD-MC) en su desempeño podría calificarse de bien a secas. Sin duda de los cuatro es el mejor exponiendo, pero es insípido, y su gran problema es que no genera una total confianza. Llevaba muchos libros sin embargo en la lógica mediática eso no te hace ver más preparado. Podría decirse que fue el que más pudo ganar pero no es para echar campanas al vuelo.
Por su parte Jaime Rodríguez mejor conocido como El Bronco, candidato independiente, dilapidó todas las expectativas que generó del primer debate (luego de la frase “les vamos a mochar las manos”), pues se convirtió en un mismo chiste repetido que perdió gracia.
Esto último lo ligo con lo que escribió Ricardo Raphael en su columna “Ni a cuál irle” en El Universal: “estos candidatos tienen, todos, un pésimo sentido del humor”, y cito a mi amigo Antoni Gutiérrez Rubí cuando dice que “los tristes no ganan elecciones (no lideran, ni seducen, ni convencen)”, algo así pasó la noche del domingo en la Universidad Autónoma de Baja California en el segundo debate presidencial. Lo cuatro dejaron ir una buena oportunidad, nadie ganó.
Por último, así como hace seis años una curvilínea edecán se robó la nota del debate presidencial, ahora los moderadores fueron nota, tanto Yuriria Sierra como León Krauze, por la dinámica y formato mismo del debate, participaron mucho más de lo tradicional que en cualquier otro debate, lo cual no agradó del todo, sin embargo le dio un toque de frescura al que no estábamos acostumbrados. En esa misma dinámica novedosa se contó con la asistencia del público que pudo hacer preguntas de viva voz, y siempre estaremos a favor de la participación ciudadana.
Posterior al hecho, cada quien se proclamó el ganador, y se dio el otro gran fenómeno que marca la agenda: el postdebate, donde una cantidad enorme de voceros participó en los medios de comunicación para ayudar a su candidato a obtener uno o dos puntos que lo mantengan en la euforia, pero que, pasado ese momento, gracias a la inmediatez de la realidad, nos hace ver que las cosas no han cambiado mucho.
@rvargaspasaye