José Luis Flores Torres
Hoy más que nunca nos queda claro que la comunicación y la salud son un binomio que se hace indispensable, dado el contexto de crisis sanitaria por el que atraviesa el mundo entero. Ante la gravedad de la situación, la Organización Mundial de la Salud (OMS), alertó que el brote de COVID-19 y la respuesta correspondiente han estado acompañados de una infodemia masiva, es decir, de una cantidad excesiva de información ‒en algunos casos correcta, en otros no‒ que dificulta que las personas encuentren fuentes confiables y orientación fidedigna cuando las necesitan.
Tal situación se ve agravada en casos como el de México, en donde medios y ciudadanía polarizados, no dudan en hacer un uso sesgado de la información, anteponiendo intereses económicos, políticos y/o ideológicos, antes que informar debidamente a la ciudadanía. Y es que cuando en marzo pasado, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS, anunció que la COVID-19 podría caracterizarse como una pandemia, advirtió de manera enfática que el acceso a la información correcta en el momento oportuno y en el formato correcto era decisivo.
Hoy, a más de diez meses de distancia, se vive la segunda ola de la pandemia y el momento es de suma gravedad. Por ello resulta pertinente destacar el informe del Instituto Nacional del Cáncer de los Estados Unidos quien elaboró el texto “Making Health Communication Programs Work”, en donde establece que la comunicación para la salud se refiere al estudio y uso de las estrategias de comunicación para informar e influir en las decisiones individuales y comunitarias para mejorar la salud. Tal definición resulta del todo enfática, pues pasa de los sesgos informativos, la improvisación y las animadversiones político/ideológicas, para apostar por la planificación de estrategias informativas que hagan llegar información suficiente a los públicos adecuados, por medio del uso de distintas plataformas tecnológicas.
En tal sentido desde un principio la OMS consideraba en marzo del año pasado que la enfermedad por coronavirus sería la primera pandemia de la historia en la que se habrían de emplear a gran escala la tecnología y las redes sociodigitales para ayudar a las personas a mantenerse seguras, informadas, productivas y conectadas. Lo paradójico de tal consideración es que, al mismo tiempo, la tecnología de la que dependemos para mantenernos conectados e informados permite y amplifica una infodemia que sigue minando la respuesta mundial y comprometiendo las medidas para controlar la pandemia.
De tal manera cabe recordar que, de acuerdo al “Making Health Communication Programs Work”, un principio básico de la comunicación es que, ésta juegue un rol esencial en la prevención de enfermedades y en la promoción de la salud. Para ello lo que se propone es que se utilicen los principios básicos de una comunicación para la salud eficaz para planificar y crear iniciativas en todos los niveles, desde un folleto o sitio web hasta una completa campaña de comunicación. Así, los programas de comunicación de salud exitosos implicarían algo más que la producción de mensajes y materiales. Lo importante en tal caso es el uso de estrategias basadas en la investigación para dar forma a los productos informativos y determinar los canales para enviarlos a los destinatarios adecuados.
De igual manera cabe resaltar que las estrategias de comunicación por sí solas, difícilmente se convertirán en una herramienta eficaz para la promoción de la salud, si no son acompañadas de otras estrategias encaminadas al cambio en las regulaciones que establece el gobierno y así asegurar una atención médica de calidad y un adecuado acceso a tales servicios de salud, una profunda transformación en la cultura del cuidado de la salud en la población, el acceso a las tecnologías de información y un cambio de actitud en los generadores de contenidos tanto en los medios formales como en los digitales, para anteponer una ética de mínimos que privilegie la preservación de la salud de la población.
En tal sentido, es tiempo de los profesionales de la información (sin complejos de activistas o gestores sociales), capaces de generar una información responsable y corroborada, científica, accesible a los distintos públicos, que proteja la privacidad de los enfermos y sus familias, cargada de datos de calidad, capaz de refutar mitos o informaciones erróneas, que promueva cambios sostenidos de actitud en la población encaminados al cuidado de la salud y sobre todo que genere las acciones pertinentes encaminadas a lograr el bienestar de la gente, aun en tiempos tan difíciles como los que estamos viviendo.