Martín de la Cruz describe uno de sus cuadros de estambre; su hijo, Emilio, lo escribió al dictado sobre la madera: “Aquí vemos cuando es sacrificado el venado para la ceremonia donde el chamán tiene la obligación del sacrificio para pagar su mando a los demás, ya que junto con su familia hacen la fiesta y llevan las ofrendas a la cueva sagrada donde el espíritu de los dioses baja. Que eso aquí lo vemos y así es el huichol”. Así es el huichol, un artesano místico cuyas obras muestran, mediante una compleja simbología, lo más profundo de las experiencias religiosas que marcan el ciclo de la vida cotidiana.
Padre e hijo viven en la colonia Zitacua, sobre un cerro que domina los alrededores de Tepic. Casi la totalidad de los aproximadamente 300 hombres y mujeres que viven aquí se dedica a la artesanía, que la falta de tierra cultivable convierte en la actividad básica de la colonia, aunque la agricultura sigue marcando el ritmo para estos huicholes trasladados a la gran la urbe. Es época de cosecha de la milpa y la comunidad celebra la fiesta del tejuino alrededor del kalihuey o templo; animado por esta bebida de maíz fermentado, el grupo charla en huichol.
Conocemos a Lucio Ramírez, artesano y ayudante del marakame –cantador–, que debido a sus funciones viste el traje tradicional. Él y su esposa trabajan la chaquira utilizando diminutas cuentas de vidrio para decorar las jícaras de calabaza en las que se realizan las ofrendas. El maestro Martín de la Cruz abandona por un momento la celebración para mostrarnos orgulloso la obra en la que está trabajando: “Lo que hago es figurar lo que he soñado –y ríe–, cuando me acuerdo…” Sobre la cera Martín pega el estambre rojo con sus manos perfilando los cuernos de venado que rematan la cabeza del chamán. Le acompañan sus ayudantes y bajo sus pies aparecen los ojos de Dios que portan los niños en las fiestas. Alrededor de esta escena, muy similar a la que aún se desarrolla a escasos metros, toma forma el ensueño de Martín. Los venados parecen huir de las víboras que culebrean por los bordes del cuadro, y aunque él explica que la víbora supone las desgracias para el hombre y el ganado, es también venerada como parte de esa naturaleza que conforma lo divino para el huichol.
Pero cuando las artesanías no alcanzan, muchos son los que acuden a recolectar la hoja de tabaco en las plantaciones costeras de Nayarit; otros viajan a Puerto Vallarta durante la temporada alta, sabedores de que el turista conoce y aprecia sus obras. De hecho el nombre de algunos artistas de la colonia, como José Benítez, es reconocido internacionalmente y sus obras se encuentran en museos y colecciones de todo el mundo.
El origen de tan respetado arte se encuentra en el nierika, tablilla votiva realizada originalmente con lana teñida de flores, en la que los huicholes plasmaban sus contactos con lo divino a partir de la ingesta del peyote, ritual clave en esta cultura que tiene su culminación en la peregrinación a Wiricuta o Real de Catorce. En los años 60 y 70 la demanda de este tipo de obras y la introducción del estambre sintético, más fácil de trabajar, provocó un cambio en la técnica hacia cuadros más barrocos.
Sin embargo, el proceso sigue siendo el mismo: sobre una tabla de caobilla, cedro y pino cubierta de cera de abejas silvestres recolectada en la sierra –la cera de Campeche– se pegan los hilos según el diseño planeado. El colorido de las obras es excepcional y en los cuadros de gran formato llegan a utilizarse más de 50 tonos diferentes. Quien nos cuenta esto es Miguel Agüet, propietario de Casa Agüet, un establecimiento especializado en artesanía huichol localizado en el centro de Tepic.
¿Has visto o adquirido alguna de estas obras de arte huichol?
Tomado de www.mexicodesconodico.com.mx
[20:02, 1/12/2017] Rafael Vargas Pasaye: