Juan Chávez
En un barrio humilde de Tepic, un trabajador de una conocida tienda que vende artículos en pagos pequeños y también presta dinero en efectivo, pregunta por Guadalupe Estrada a dos señoras que platican en un pedazo de banqueta a media mañana, ambas se voltean como tratando de ubicar a la aludida, y una exclama, “ahhhh debe ser la viejita asalta cunas”, en efecto, hasta hace escasos 5 años, era la señora Lupita, la que tenía una residencia en un hermoso y exclusivo coto privado, 3 carros de modelo reciente, un fideicomiso decente que le dejó su difunto marido y una pensión que sus 4 hijos le aportaban mensualmente.
¿Qué pasó para que hoy esté sumida en la pobreza?, vive en una húmeda vecindad de 12 cuartos, el de ella es el último, el más barato de toda esa tira de lo que parece un intento de casas, nadie quiere vivir ahí porque está a unos 3 metros de los baños que se comparten y el olor se impregna en las paredes, en la ropa, en la piel.
Nada queda de aquella mujer que conocí hace ya algunos años a través de terceros, alta, maquillaje y peinado correcto, guapa a sus poco más de 50 años, con el cuerpo propio de una mujer que ha tenido hijos pero que ha cuidado su alimentación y hace ejercicio regular. Su perdición fue un joven de 25 años que le sonrió como nadie lo había hecho durante mucho tiempo, sin embargo no era cualquier muchacho, Eduardo era el pretendiente de una sobrina de Lupita.
Nada la detuvo, él le dijo que siempre soñó en tener una mujer como ella, que su sueño se había vuelto realidad, que él se sentía realizado a su lado. Ella sintió que la vida le sonreía de nuevo y entregó su vida y su dinero a ese hombre que hoy se convertía en su centro de vida, en su respirar de cada segundo, «Eduardo fue el hombre con el que quería recuperar la juventud que ya se me había ido. Él me dijo que amaba mis canas, mis arrugas, mis estrías, mi edad pero ahora sé que eso no es cierto».
Los primeros meses recuerda Lupita, él la hizo sentir una reina, pagaba cenas en restaurantes de mediano costo, le regalaba una rosa o le llevaba algún muñeco de peluche. Pero cuando se aseguró que la tenía dominada comenzó por pedirle prestado un carro, le dijo que él quería salir adelante por sí mismo, después fue irse a vivir a su casa porque «mis papás me corrieron cuando les dije que te amo».
Lupita comenzó a ver que le faltaban cosas en su casa pero no le dio mayor importancia, sus hijos no la hicieron entrar en razón y rompió con ellos toda relación, «si ustedes no me apoyan no los quiero volver a ver», le echaron en cara que se metiera con el novio de la sobrina, que le diera todo a Eduardo y «bueno, después de todo esto, un mal día me dijo que ocupaba dinero para abrir un negocio, yo hipotequé la casa y él obtuvo el dinero y nunca más lo vi, no pude pagar la casa, vendí los carros, perdí el fideicomiso por una de sus cláusulas y terminé aquí, no sé hacer nada de trabajos y a mi edad nadie me contrataría».
Observo en una mesa de plástico a la que le falta una pata, un elegante portarretratos con su difunto esposo, sus hijos y ella, parece ser el recuerdo de una fiesta, ella me sigue la mirada y toma la foto, «es en Arizona en la boda de un sobrino, la última foto antes de que él muriera, yo todas las noches le pido que me lleve, tengo diabetes y comienzo a perder la vista, le ayudo a atender clientes a una vecina que vende tacos y me paga 100 pesos diarios, sólo una amiga de aquellos tiempos me ha ayudado, ella paga este cuarto y me ofreció irme a vivir a su casa y ayudarle a ver en qué, creo lo haré, quizá es la última oportunidad que tanto le he implorado a Dios, quiero recuperar a mis hijos y mis 2 primeros nietos».
Las lágrimas salen de sus ojos y me ofrezco a ayudarla a cambiarse si es que decide irse con su amiga, sonríe, mira alrededor y me dice «ay hijo, qué me llevaría de aquí, sólo este portarretratos y los malos recuerdos, mi ropa, zapatos y bolsas terminé vendiéndolos en el tianguis de la colonia, nada me quedó».
De esta historia hace 4 años y la recordé porque me encontré a doña Lupita con su amiga en un restaurante de Tepic, siguen viviendo juntas en una buena colonia, Lupita se dedica a la venta de casas, «soy buena en relaciones públicas», ya habla con sus hijos y convive un poco, «no he obtenido su perdón total pero me dicen mamá y abuela y soy muy feliz de verdad». Mándame tus comentarios, dudas y sugerencias a mi Facebook Juan Félix Chávez Flores o a mi correo Juanfechavez@gmail.com