William J.J. Endean
Hubo una vez un príncipe que vivía muy aburrido. No le gustaba leer, ni escuchar música, ni los deportes, ni los paseos, ni los juegos, y un gran etcétera. Lo único que deseaba era escuchar cuentos. No quería verlos representados, sino escucharlos. Se creía que en sus oídos debía tener un órgano que se complacía al oírlos. Llegó el momento en que por tradición debía casarse, y puso como requisito que su futura esposa supiera muchos cuentos para poder amarla. Varios funcionarios de la corte recibieron la comisión de buscar esa mujer por el mundo, de preferencia de una buena familia y educada. Regresaron de su pesquisa luego de un año con una escritora estadounidense de relatos fantásticos, una bloguera francesa y la princesa de los hechiceros de Mongolia. Cada una aceptó exponer tres cuentos alternados al príncipe en sesión pública, y luego él elegiría cuál sería su consorte.