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CAMBIO POLÍTICO Y SOCIAL, ¿A QUÉ COSTO?

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Israel Covarrubias

La relación entre la democracia y la cuestión social (o nueva cuestión social), exige pensar en un doble momento inicial para lograr un campo de inteligibilidad original sobre los desafíos y dimensiones problemáticas que la democracia tiene en la actualidad. Uno, los problemas a resolver en su forma de representación, es decir, como forma de gobierno. Dos, los problemas que tiene como forma de sociedad. En la conjunción, o con mayor precisión, en la disyunción que es palpable entre estos dos campos, es que se coloca en el terreno empírico y también en aquel conceptual, la cuestión de la integración social de la democracia, así como sus reversos: la violencia como potencia disruptora, la desigualdad como disparador de la perdida de cohesión social en una época, diría Max Weber, de capitalismo “orientado políticamente” (vid. los Pandora Papers), la exclusión como forma material y simbólica de padecimiento social, psíquico, cultural, económico, etcétera. Experiencias anómicas que requieren, por lo demás, revisitar el concepto de anomia, para sabe qué de él puede tener fuerza denotativa en el mundo de nuestros días, ya que hoy, vivir “anómalamente” (hibris), es una forma -quizá extravagante y lujuriosa- que adopta la avidez cuando se desea ir más allá de cualquier límite y regulación, reduciendo al mínimo el techo de la integración social.
​La obra Democracia e integración social. Diagnósticos, dimensiones y desafíos, es un conjunto poliédrico de interés general donde convergen colegas de diversas filiación intelectual y disciplinaria (sociología, ciencia política, filosofía, economía), lo que permite tener un mosaico lo suficientemente amplio de los derroteros que importa el debate sobre la integración social, la desmesura que baña a este dispositivo central para la producción de orden y cohesión, y del mundo que se reproduce en su dimensión conflictual. La integración, dicen los autores de la obra, es uno de los ejes sobre los que la sociedad democrática funda sus propósitos, ya que anuda, cuando es eficaz, posibilidades múltiples de vida en sociedad; deja entrever el fondo absoluto, por ende, vacío, de ese “magma” social que, en determinados momentos históricos caracterizados por una crispación continua de los ánimos, están listos para su irrupción, mostrando con su escenificación los volcamientos que la forma de lo social había adoptado previamente. La mudanza de uno a otro extremo, pareciera que es el síntoma más revelador de los tiempos que corren, sin duda convulsos y reactivos, y con una enorme miríada de expresiones de cambio.
Compuesto de 13 capítulos, una Introducción y un breve postscriptum sobre la Covid 19, el libro coordinado por Álvaro Aragón, Ángel Sermeño y Sergio Ortiz, nos permite entender, y eso me ha parecido oportuno en el escenario actual de nuestro país que, junto a las formas hoy tradicionales de disrupción social, aparece una advertencia en varios de los capítulos sobre el efecto perverso (en tanto efecto “inesperado”) de la tecnología, donde en esa suerte de liberación política de los algoritmos que ha tenido lugar en los últimos lustros, nos encontramos con un mundo social completamente autonomizado de varias de las principales mediaciones morales y culturales que producían lazo social, con lo que tenemos, con mucha probabilidad, un aumento de la tiranización del “self” conjugado con el diseño entrópico de la tecnología, que se caracteriza por una continua velocización de sus recursos y gestos. Imaginemos, lo que nos espera cuando la inteligencia artificial se “consolide” en lo cotidiano, pues como se sabe, es ya una realidad interactuante en nuestro mundo social. Esta constatación es por lo menos inquietante.
En este sentido, en sus páginas encontramos una preocupación en común sobre el nuevo rol de debe adoptar el Estado frente a la realidad compleja de la desintegración social. Pero es aquí donde el diagnóstico se vuelve más crudo, ya que pareciera que una de las conclusiones de la obra es, usando una provocación del viejo sociólogo norteamericano, Alan Wolfe, que “Cuanto más falla el Estado más venerado es, y cuando más venerado, mayor su fracaso”. Frente a esta paradoja aparentemente irresoluble, ¿qué podemos esperar?, ¿qué podemos decir?, ¿qué se puede hacer? Más aún, cuando el diagnóstico sugiere que estamos fuertemente anudados en un continuum que va de las opciones más tecnocráticas a las más radicalmente populistas, por lo menos en el caso de las “opciones” políticas recientes que terminan por ser no-salidas a los problemas de integración, o sea, son formas de su agudización.
Frente a la pérdida de vínculos sociales compartidos, de experiencias cotidianas en común, crecen las formas beligerantes con la que se expresa la sociedad actual, sea la mexicana, sea la colombiana, sea la chilena, sea la peruana, sea la francesa, sea la inglesa. Quizá es momento de confirmar que el cambio social y político no necesariamente adopta un cariz parsimonioso, antes bien, tumultuario. Las sociedades exigen simplicidad, y por ello, están dispuestas a apostarle a quién se comprometa a realizarla. Esto confirma que la promesa sigue siendo una fuerza escondida de las sociedades que las empuja una y otra vez a su realización. En algunos casos, adopta un ethos melancólico a causa de la pérdida de referentes claros de significatividad de lo singular en el plural de la democracia, en otras, termina por deslizarse en las “falsas” salidas.
Este elemento transversal compartido por muchas sociedades es, o parece ser, el “estado de ánimo” de la democracia. Y justo los ánimos están exacerbados, las fracturas sociales son muchas, y la colére ya no puede ser contenida. Hay que pensar de manera distinta estas cuestiones, nos advierten los coordinadores del libro, porque el cambio social y político no es siempre positivo, puede volverse la representación de un poderoso efecto spillover, que termina por ser completamente contrario a la heterogénesis de los fines que lo habían convocado y hecho posible. En este sentido, me parece que es oportuno revisar el último libro de Pierre Rosanvallon, Les épreuves de la vie: Comprendre autrement les Français, publicado en agosto pasado, donde intenta ensayar algunas respuestas al problema en el particular caso francés, y viene a cuento porque Rosanvallon es uno de los autores contemporáneos que ha discutido muchas de las cuestiones sobre las que versa el libro Democracia e integración social. (No está demás decir que se le dedica un capítulo a este autor en la obra).
Finalmente, pensar en una teoría general del cambio político y social es una tarea que nos dejan los autores del libro. En particular, porque hay que preguntarnos qué haremos con la teoría de la democracia que hemos importado del siglo XX, dado que tampoco tenemos a la mano una nueva teoría general de la sociedad como sí las tuvimos en la segunda mitad del siglo pasado, que nos ayude a encontrar esos cabotajes conceptuales para emprender una explicación, clara y precisa, de esas formas desmesuradas de desintegración, aquí y ahora. En efecto, que sirva para referir sus salidas históricas, pero también sus nuevas formas teóricas, porque de lo que se trata es de pensar y problematizar el impacto de la dualidad constitutiva del genus democrático no solo de este siglo XXI, sino de esta década que recién comienza.

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