Eloisa Cárdenas
Seguramente si eres alguien que ha creído en bitcoin desde el criptoanraquismo, el título de mi nota no te agradó en lo absoluto y no te culpo, yo hubiera reaccionado de la misma manera. Con la esperanza de que mi empatía logre mitigar ese sentimiento negativo que te produjo leer el encabezado, me permitiré explicar la razón por la cual así haya titulado este artículo de opinión.
Quien ya esté un poco familiarizado con el tema, sabrá que bitcoin provino de un movimiento que fue consecuencia del hartazgo por las malas prácticas dentro del sistema financiero. Cuando bitcoin comenzó a tener popularidad, los gobiernos recomendaban hacer caso omiso de las inversiones con bitcoin y otros criptoactivos; algunas posturas más neutrales consideraron que no se podría tener certeza de su uso en tanto no se encontrara en niveles de volatilidad aceptables.
La volatilidad ha sido un tema delicado desde que bitcoin ha sido popular, puesto que ha sido el mejor argumento para quienes consideran que no puede ser parte del sistema financiero, Cuando escribo que bitcoin pasó de moda, va en el sentido de la ausencia de esa euforia que mantenía al criptoactivos en niveles de volatilidad muy elevados. Si analizamos el comportamiento de sus precios, es evidente que la parte más drástica se encontró en 2017 (Figura 1) y con el paso del tiempo, los niveles de volatilidad se han ido reduciendo, incluso en los últimos 5 meses se ha mantenido en un rango relativamente estable en relación con otros periodos (Figura 2).
Además de la volatilidad, otro problema con bitcoin y otros criptos han sido las grandes estafas, desde exchanges hackeadas y sus fondos desaparecidos (Mt. Gox el caso más trascendente), hasta la creación de criptoactivos de manera indiscriminada a través del lanzamiento de ICO’s que no son otra cosa más que una nueva forma de financiamiento de proyectos que consiste en el desarrollo y venta de un criptoactivo con la esperanza de que el precio de ese cripto aumente su valor. En este último punto, vale la pena destacar que en el último informe de Coindesk de 2018, se destacó que, de todo el dinero recaudado por ICO’s sólo subsistieron el 40% y el otro 60% de las demás resultaron un fraude o simplemente no se llevaron a cabo.
Pensar que bitcoin puede ser parte de la economía de las naciones resulta complejo si comprendemos que los gobiernos no querrían lidiar con un fenómeno que les pudiera generar mayores problemas en términos económicos. No obstante, existen ventajas en los criptoactivos que podrían aligerar algunas cargas. Por ejemplo, es sabido desde décadas anteriores, que los gobiernos se han encargado de controlar la emisión el dinero porque no existía una alternativa que ofreciera la “seguridad”, sólo el respaldo del Estado. Ahora tenemos a los criptoactivos que brindan seguridad no por el simple hecho de que el Estado lo determine, sino por la tecnología contable distribuida (popularmente conocida como blockchain) que libera en gran medida a los gobiernos algunas cargas, como la producción del dinero. Por ejemplo, en Estados Unidos, los costos relacionados con la producción, transporte y manejo de la moneda física se encuentran alrededor de $60 mil millones de dólares cada año para manejar la moneda del banco central en los EE.UU., el uso de bitcoin como efectivo digital, podría disminuir dichos costos.
Bitcoin como efectivo digital, tendría que migrar a un sistema de transacciones a gran escala. En este sentido, uno de los primeros trabajos de investigación que aborda el uso de bitcoin masivamente, fue escrito por Nikolai Kaplanov (2012). Kaplanov inicia su texto con lo siguiente: “En 1601, Elizabeth I y su gobierno devaluaron la moneda irlandesa de nueve onzas a tres onzas de plata para financiar el alto costo de la Guerra de los Nueve Años en Irlanda”. El análisis del texto establece una postura bastante favorable sobre el uso de bitcoin como moneda digital, toda vez que los asuntos tecnológicos puedan ser resueltos. La trascendencia de lo que plantea el autor, radica en el uso de bitcoin como un sistema que permitiría eficientar la economía digital; además, consideró que el Estado no tendría los argumentos necesarios para prohibir a las personas el uso de bitcoin como un instrumento para realizar transferencias y la compra de bienes o servicios y que, el Estado tendría que abstenerse de aprobar cualquier regulación que límite el uso de bitcoin puesto que se estarían infringiendo los derechos de los usuarios.
Al día de hoy eso no se cumplió y fuimos testigos de una serie de advertencias sobre el uso de criptoactivos, incluso en algunos países como China, su prohibición. Sin embargo no todos los países se pronunciaron en contra, por ejemplo República Libre de Liberland, que probablemente es uno de los casos más reales de economía descentralizada. Liberland es una nación europea que se encuentra en la península de los Balcanes, cerca de Croacia y Serbia donde su economía se basa en criptomonedas (en este punto, me permito aclarar que en este caso le llamo “criptomoneda” debido a que la comercialización se realiza a través de ellas y además, cuentan con el respaldo del gobierno con esa función (ver Figura 3)).
Hablar de bitcoin o criptoactivos en general, no debiera tornarse en discusiones radicales o divergentes. El potencial de los criptoactivos como efectivo digital es evidente, de lo contrario, varias instituciones y organismos internacionales no habrían puesto atención. Por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) no hace mucho realizó una declaración, a través de su presidenta Christine Lagarde, que abría la posibilidad de que los gobiernos crearan su propia moneda digital a través de blockchain. El FMI, como institución creada para promover una economía internacional estable, también podría abordar de manera adecuada los posibles efectos desestabilizadores de bitcoin en el mercado internacional de divisas, lo que provocaría que su incorporación y masificación mejorara las prácticas dentro del sistema financiero (una opción podría ser a través de la ampliación del Art. IV, sección 5 que habla sobre la paridad de las monedas).
Nuevamente, si dejamos de lado la “moda”, podemos observar que bitcoin toma otro sentido que va más allá de la especulación. El sistema de criptoactivos requeriría más acciones que permitieran incorporar a bitcoin como una moneda electrónica y esto podría ser más realizable en tanto esa nube negra especulativa pueda erradicarse.
De manera recurrente vemos casos donde bitcoin y otros criptos tienen una utilidad que va más allá del trading. Por ejemplo, la compañía ferroviaria más grande de Japón se encuentra preparando el lanzamiento de un sistema de pago en cripto para tarjetas de transporte; o el caso de Argentina que utilizará bitcoin para realizar viajes en 37 localidades de Buenos Aires; o la cadena minorista más grande en Venezuela, Traki, que aceptará pagos con algunos cripto’s y tiene presencia en 33 ciudades. A pesar de que los casos mencionados están siendo una opción para países con una situación económica grave, resulta un incentivo para el uso de bitcoin como “efectivo digital” puesto que el mayor desafío radica en convencer a los usuarios para que los utilicen y a los comerciantes a aceptarlos.
En la actualidad, hay evidencias suficientes que permiten dilucidar que el criptomercado en este 2019 probablemente se encuentra en su versión 2.0; es decir, hemos visto como diferentes instituciones financieras han buscado desarrollar productos o servicios financieros a partir de criptos. No obstante, una etapa posterior, la versión 3.0 de criptoactivos, consideraría una relación más “amigable” a nivel gobierno y con los bancos centrales, a pesar de que esto último resulte un poco inconsistente con el principio de Nakamoto. En este sentido, vale la pena mencionar que esta nueva tendencia fintech y open banking parece ser que ha comenzado a “mover el piso” de las instituciones financieras. El hecho de que exista mayor competencia, ha obligado a diversos bancos a modificar sus prácticas y mejorar sus servicios; y aunque al día de hoy no se cumpla en su totalidad una ideología criptoanarquista per se, sí podemos observar de manera indirecta el impacto dentro del sistema financiero a partir del surgimiento de estos nuevos mecanismos para realizar operaciones financieras.
Finalmente, la fortaleza de bitcoin se basa en su origen, su ontología, en aquel deseo de brindar una verdadera opción de inclusión financiera y de hacer valer los derechos de los usuarios. Insistir en que bitcoin ha pasado de moda como instrumento especulativo, lejos de ser una descalificación, podría representar el inicio de lo que muchos habíamos idealizado a través de la pasión que nos provocó haberlo conocido: un sistema monetario libre y más democrático.