Comunicación para el Bienestar
Las culebras son réptiles de sangre fría que atacan a su presa sin miramientos, igual que el sistema judicial mexicano. Algunos ofidios matan inyectando su veneno letal y otros lo hacen asfixiando lentamente a su víctima, de cualquier manera, será una muerte lenta y dolorosa. Una tortura.
Las serpientes atacan por instinto, para defenderse o alimentarse, en eso distan de las víboras judiciales (especie presumiblemente extinta pero que ha logrado sobrevivir gracias a su capacidad de mudar de piel) quienes lo hacen por poder o por dinero, obedeciendo una orden, para obtener información que usaran de forma personal a cambio de algún beneficio o para cubrir su ineptitud e incapacidad de investigación, en cualquier caso, parecen involucrar cierto grado perverso de placer.
En México, esta segunda clase de culebras han encontrado en el sistema judicial el ecosistema propicio para reproducirse y establecer la tortura como un mecanismo institucionalizado y sistematizado que ejemplifica en la figura de Mario Aburto, presunto asesino del excandidato presidencial priísta, Luis Donaldo Colosio y de miles y miles de mexicanos más, la forma en la que se entiende y se imparte justicia en nuestro país.
Mario Aburto Martínez está de nuevo en la arena pública. Acusado de ser el autor material del asesinato de Colosio hace casi tres décadas, su caso podría ser reabierto. Caprichos de la justicia y de una opinión pública que vio como algo normal la imagen de Aburto golpeado poco después de su detención en Tijuana, Baja California, lugar en el que se cometió el crimen.
Y es que muchas de las acciones que dieron lugar a su proceso han parecido deambular entre la urgencia de tener un chivo expiatorio en quien saciar la sed de justicia y la serenidad que requeriría el debido proceso en un suceso de alto nivel como el asesinato de, nada más y nada menos, el candidato a presidente de la República del Revolucionario Institucional, partido político entonces hegemónico en México. Así las cosas, la investigación parecía moverse en el terreno del todo se vale con tal de dar respuesta a las múltiples interrogantes que el caso presentaba.
Todo parecía ir mal desde el principio del proceso, mientras Manlio Fabio Beltrones, entonces gobernador de Sonora, lo interrogaba indebidamente en las oficinas de la desaparecida Procuraduría General de la República (PGR) en Tijuana, a las que Aburto fue llevado a rastras, la opinión pública fantaseaba con la idea de la existencia de los dos Aburtos, el que mató al candidato y el que debía pagar la condena.
Artimañas de todo tipo que se fueron acumulando con el correr de los años, pero que hoy podrían jugar a favor de Aburto, quien hace unos meses interpuso una queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) en la que señalaba que la entonces PGR lo había torturado desde el inicio de su proceso. Ante esto la institución defensora de los derechos humanos emitió una recomendación dirigida al fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero y al Comisionado del Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social (OADPRS), José Ángel Ávila Pérez, para reabrir el “caso Colosio” argumentando la existencia de violaciones graves a los derechos humanos, al debido proceso, a la integridad personal y al trato digno por actos de tortura e incomunicación en contra de Mario Aburto.
Todo esto coincide con la publicación del acuerdo para gestionar la preliberación de personas confesas por medio de actos de tortura, que se publicó el 25 de agosto pasado en el Diario Oficial de la Federación y que podría favorecer a Mario Aburto Martínez. Pese a esta publicación y a que el gobierno mexicano ha ratificado acuerdos internacionales para la erradicación de la tortura, tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, parece ser que esas firmas no valen nada.
Pero mientras las autoridades mexicanas miran para otro lado y esperan que otros también lo hagan, hay ojos puestos en México como los de Amnistía Internacional que cada año señala que la tortura en nuestro país está fuera de control, pero otra característica de los ofidios es que son sordos.
Y aunque es verdad que no todas las culebras son iguales, que hay algunas inofensivas y hasta necesarias para un ambiente ecológico sano, éstas también son engullidas por la ferocidad de aquellas que no están dispuestas a ceder su poder. Mientras, resolver el asesinato de Colosio es algo que importa tan poco como la erradicación de la tortura en México.