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A CUESTAS CON MICHEL FOUCAULT

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Israel Covarrubias

La biopolítica se ha vuelto una palabra clave en el léxico del pensamiento contemporáneo. Sin embargo, es relevante también en el lenguaje específico que utilizamos para referir la relación entre tecnología y vida, lugar donde encuentra su verdadera utilidad intelectual y cultural. “Biopolítica” une dos conceptos por sí mismos centrales en el pensamiento contemporáneo, el vocablo griego bios o bien la noción de una vida calificada a través de su declinación política, y lo político, la conjunción de los muchos en la ficción de un “cuerpo” colectivo denominado “vida en común”.


Ahora bien, parece que en el campo de las ciencias sociales y de las humanidades es un lugar común la presuposición de que la biopolítica ha sido una moda intelectual, vinculada sobre todo con el pensamiento francés contemporáneo, con la denominada “French Theory”, y en especial con la figura del filósofo Michel Foucault (1926-1984). En realidad, él redimensiona el concepto en los años setenta el siglo pasado. No obstante, hay que decir que el concepto tiene alrededor de cien años, ya que fue utilizado por primera vez por el politólogo sueco Rudolf Kjellén en su obra Sistema de política de 1920. Para este personaje, la biopolítica era una palabra que pone en relación al Estado con la noción de vida, pero desde un punto de vista meramente organicista, que es un resabio de las teorías evolucionistas y organicistas del siglo XIX. Véase la obra Bios. Biopolítica y filosofía de Roberto Esposito para conocer más de la historia del concepto.


Lo interesante es que el de biopolítica es un vocablo que aparece en un momento histórico donde también se está desarrollando el concepto de “genética”, de la mano de William Bateson, padre del pensador contemporáneo de los sistemas complejos, Gregory Bateson. Con la genética, pronto se comienza a hablar de eugenesia, como una derivación política y médica de la primera. En los años veinte y treinta cobra forma en las experiencias del nacional socialismo y luego del fascismo, donde el sueño de la pureza racial deviene una de las derivaciones biopolíticas más atroces de las cuales tenemos noticias en la historia contemporánea. Aparece la exigencia y la convicción de que es posible el mejoramiento técnico de los cuerpos. Incluso, para el filósofo Víctor Farías, un personaje como el depuesto presidente chileno, Salvador Allende, sucumbió a la fascinación de esta fuerza biopolítica.


Me parece que es una intuición exitosa del filósofo francés la proposición del concepto en el debate que tenía lugar en la segunda mitad de los setenta. Como bien saben los lectores de Foucault, prácticamente la última década de su trabajo intelectual redunda el tema de la vida y la posibilidad o no de pensarla políticamente. Sobre ella reflexiona con mucho interés y precisión. Así pues, con su obra tenemos un replanteamiento que tiene ecos claros hasta nuestros días.
Ofrezco solo tres razones.


Primera, una razón intelectual que tiene su epicentro en el interés creciente que tenemos por los cuerpos en las concepciones post-humanistas. Por ejemplo, los robots humanoides ya son una realidad para cubrir y responder a múltiples competencias humanas. Estamos en pleno ascenso de una carrera tecno y biocientífica donde hay una biopolitización que dirige su mirada hacia el aumento de las nuevas tecnologías del poder sobre la vida.


Segundo, la cuestión coyuntural de la pandemia de la Covid 19, donde se ha revelado con total claridad que el control territorial de la pandemia es biopolítico. Entonces no es una sorpresa cuando miramos que la actual política de confinamiento viene desde hace siglos, como lo muestra precisamente Michel Foucault en sus estudios sobre los dispositivos de control de la peste, la pandemia por excelencia del mundo clásico y de la primera modernidad.


Tercero, la situación actual de nuestro país, aunque es una situación compartida por otros países, y que expresa una enorme obsesión por los fenómenos necropolíticos. Estos son una derivación, probablemente la peor de todas, de la biopolítica. Aquí, no solo hablamos de la gestión de los cuerpos y la vida, sino más bien de cómo se organizan las técnicas que determinan quién debe morir, expresables en problemas tan cercanos a nosotros como la desaparición forzada o la migración trasnacional.
Esto hace que la biopolítica no sea una moda, ya que nuestro siglo XXI es un siglo irremediablemente biopolítico.

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