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¿Transformación digital, transformación de modelos de negocio o transformación de civilización?

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Jorge Cachinero
España tiene la suerte de contar con uno de los gurús mundiales de la llamad atransformación digital.
Sus libros se apilan en las mesas de los grandes almacenes y de las tiendas de conveniencia en los centros de las ciudades y en los aeropuertos españoles.
Su obra referente sobre la transformación tecnológica del mundo en el que vivimos -convertido en un best-seller, como muchos de sus otros libros- es, en estos momentos, el favorito de los directivos embarcados en proyectos de la llamada transformación digital y éstos suelen citarlo frecuentemente.
Su título es Meditación de la técnica. El libro se publicó en 1939. El autor es José Ortega y Gasset.
Se dice que la transformación digital es de los retos más acuciantes de los líderes empresariales de comienzos del siglo XXI.
Sin duda, el ser humano ha experimentado momentos transformadores a lo largo de la historia debido al descubrimiento o al desarrollo de productos, de aplicaciones, de metodologías o de tecnologías capaces de alterar profundamente su forma de vivir.
Tres han sido, hasta ahora, esos momentos de cambio profundo que merecen ser definidos como auténticamente revolucionarios.
En primer lugar, la revolución neolítica asentó al hombre sobre el territorio para dejar de vagar y de cazar para convertirse, en cambio, en sedentario y en recolector. Posteriormente, la revolución industrial convirtió las economías basadas en la agricultura y en el comercio en sociedades urbanas, industrializadas y mecanizadas. Finalmente, la revolución digital transformó la economía analógica, mecánica y electrónica en digital.
El periodo que estamos a punto de alumbrar -el World Economic Forum lo ha definido como “The Fourth Industrial Revolution”-, de definición imprecisa todavía, por mucho que se sustente en muchos de los avances y de los desarrollos arrastrados por la anterior, parece que será diferente a los previos.
Lo será por la velocidad permanente de los cambios que provocará en la sociedad -que dejarán de ser lineales para pasar a ser exponenciales-, por la amplitud universal -en geografías y en industrias- de dichos cambios, por el impacto sistémico sobre la forma de vivir del ser humano en el planeta y, sobre todo, sobre sus principales atributos genéticos -específicamente, su esperanza de vida y su longevidad y la simbiosis entre su inteligencia natural y la artificial por desarrollar-.
Como muestra, recientemente, el gobierno suizo ha informado públicamente que espera, para 2030, que la mitad de la fuerza laboral del país sean robots y el debate del momento, extendido a otras latitudes, se centra en si éstos deberían ser sujetos fiscales o no.
No parece, por tanto, que a los retos que la llamada transformación digital plantea a los modelos de negocio de comienzos del siglo XXI se les vaya a hacer frente con el desarrollo de páginas web o de aplicaciones para teléfonos inteligentes o para tabletas.
Ni tan siquiera, y ya sería mucho, respondiendo eficiente y virtuosamente a las necesidades de los consumidores y de los clientes, que están migrando a toda velocidad desde el uso y el consumo de productos y de servicios puestos en el mercado por modelos de negocio del siglo XX a los de los modelos de negocio del siglo XXI.
Éstos últimos suelen tener en común el que cuentan con bases de costes reducidas al mínimo indispensable, con promesas de valor sustentadas sobre plataformas tecnológicas que garantizan una accesibilidad y una experiencia del consumidor o del usuario altamente satisfactorias y con, finalmente, la facilidad para la escalabilidad acelerada de los mismos.
Con todo y con ello, la transformación que está por venir es de civilización porque sacudirá la forma en la que el ser humano genera y distribuye riqueza, protege los perecederos recursos naturales del planeta y se organiza en sociedad con individuos más que centenarios y que serán capaces de procesar información y de tomar decisiones, más rápida y correctamente que nunca antes, con la ayuda de sistemas o de implantes desarrollados por la inteligencia artificial.
Los líderes de las organizaciones no deberían dejar de “saber quién es” el ser humano.
Si así lo hicieran, su carácter directivo debería impulsarles a hacer uso de la tecnología, hoy y en el futuro, para que el hombre se adapte de la forma mejor y más eficiente posible al planeta en el que vive.
Todo ello, sin que, a la vez, el hombre pierda la ambición de seguir adaptando el planeta a sus necesidades biológicas y de supervivencia, pero, también, a aquellas que le permiten “vivir humanamente” y, por lo tanto, estar bien –“bienestar”– en el mundo que le toque vivir.
De tal manera que el ser humano pueda seguir aspirando a ser feliz.

 

Tomado de El blog de @Jorge_Cachinero © DIARIO ABC, S.L. 2017

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