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MORDAZA, UN ANTIMONUMENTO

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María Esther González Aguilar

No hay ofensa más grave para un comunicador que ser blanco de acciones que tengan toda la intención de influir para cambiar el sentido de su línea editorial, y más, si realiza la actividad de manera independiente; si a lo anterior se agrega el peligro al que se expone, la situación de complica pues el riesgo es también para sus seres queridos. Cuando se trata de una empresa, los principios y valores los rige el medio de comunicación, dependerá del profesional si acepta o no participar, si lo hace, entonces es su deber respetar la política editorial y no solo eso, también los intereses políticos y económicos; en contraparte recibiría todo el apoyo si fuese necesario.
En la actualidad existen buena cantidad de comunicadores que de manera profesional, día a día salen a cumplir con su alta responsabilidad social, en ocasiones en condiciones de ignominia; otros corren riesgos de vida. El trato hacia los integrantes de gremio, no siempre es de reconocimiento o respeto hacia su importante labor de informar y como enlace entre sociedad y gobierno. Existen políticos y funcionarios públicos que atienden –porque así conviene- pero su expresión –off the record- es de desprecio y llegan a externar palabras peyorativas hacia periodistas. Como todo grupo social, hay quienes se ostentan sin serlo, extorsionan, actuan como “orejas” y cobran, afortunadamente son más los serios, buenos y excelentes comunicadores.
Llevo casi treinta años como comunicadora, fue durante mi actividad como reportera, cuando viví periodos de extrema dificultad y peligro, un par de policías judiciales del estado me seguían día y noche, incluso, hubo un periodo cuando se me llego a etiquetar como “la enemiga pública número uno del gobierno” –dixit un jefe de comunicación social- que llegó al extremo de pedirle a sus colaboradores no tuvieran contacto conmigo. Así de radicales e intolerantes al ejercicio de un periodismo crítico, objetivo y veraz.
Luego, afrontamos un proceso en contra por sedición, incitación a la violencia, motín y no recuerdo que más, todo, por una publicación sobre un supuesto grupo armado que presumiblemente se gestaba en la sierra nayarita. Existe un documento con sellos y signado, que sigue bajo resguardo.
Posteriormente fui blanco de un bloqueo profesional a grado tal, que mi situación fue del conocimiento de un Secretario de Gobernación de México con quien tuve una larga plática y al término me dijo “que quiere, pídame lo que sea”, mi respuesta fue “solo déjenme trabajar, ejercer mi profesión sin amenazas, riesgos, ni bloqueo o censura”. A mi regreso, me entreviste con al mandatario en turno que juró y perjuró no haber provocado mi salida de un importante e influyente medio de comunicación. Pero una cosa fue lo que expresó el gobernante y otra la realidad; no se abrieron espacios y fue cuando surgió una enriquecedora oportunidad de colaborar para una institución pública.
Luego entonces, una mordaza es un antimonumento para recordar que sigue sin haber respeto, justicia y libertad plena para que comunicadores ejerzan su profesión y un periodismo critico ¡Es cuanto!

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