Luis Ignacio Palacios
Tarea ingrata la del escriba, hace lustros escribí el obituario y las palabras póstumas que pronuncié ante la tumba de su padre, mi estimado amigo Beto Herrera; y ahora lo hago para su menor hijo, el benjamín de esta singular familia, que a pulso de talento se ha ganado un espacio reconocido en nuestra sociedad, en la clase política y administradora, sin desdoro de partidos o filias de grupos.
Oscar Humberto Herrera López ha muerto inopinadamente, callada está su voz, fue presa del dragón, que llegó a su humanidad de manera silente, cobardemente subrepticia, en la dinámica de una vida biófila dedicada a trabajar, a leer y a pescar, en ese orden, que sólo fue alterada cuando estuvo al frente de la Procuraduría General de Justicia y oh feliz antinomia..! en la Comisión Estatal de los Derechos Humanos.
Oscar Herrera desde niño tuvo esa inteligencia sagaz, de no mostrar sus talentos, con esa sonrisa fácil, que escondía un tesonero muchacho, empecinado en perseguir sus ideas y aspiraciones, en el seno del hogar en el cual sus hermanos mayores competían con talentos y bizarría.
No recuerdo el origen de la anécdota, alguien cercano al matrimonio de Beto y la señora Nena, que puso en una plática la persona del jovencito Oscar Herrera, y no faltando palabras que le desconocían méritos y ahí ante sus padres, alguien muy cercano se refirió a mi amigo ahora ido, con un “no Beto, Oscarito, es ¡un joven maravilla..!” cuando ya profesional en sus diversos espacios públicos, me permitía en corto saludarlo como “mi querido joven maravilla..”.
Me tocó compartir las dubitaciones de su padre, cuando Oscar Herrera fue invitado por Celso Delgado –gobernador electo de la entidad- para que se hiciera cargo de la secretaría particular en su administración; y nuestros augurios fueron ciertos, fue una oportunidad espléndida para que Oscar desarrollara esa capacidad e inteligencia política que le distinguió; fui testigo del cálido trato privilegiado que el presidente de la CNDH le prodigaba; José Luis Soberanes lo llevó a sus giras por todo el mundo en un periplo que buscó el fortalecimiento de los DDHH.
Oscar Herrera nunca tuvo miedo escénico, con gobernadores y presidentes de la república se desenvolvía con seguridad y naturalidad, no era afecto al recurrente papel de cortesano servil.
Tuve con Oscar, el privilegio de compartir la difícil condición del “ghost writer”, era una delicia la plática sobre autores, libros y textos ya idos; en una buena ocasión, recordaba los libros que con Beto -su padre- comentábamos; al señalarle lo notable de su memoria, me contestó con una interjección “já maestro..! no tan vasta como la suya, usted la tiene de elefante…!”
Tengo varios libros dedicados por Oscar, entre otros, “La ruta de la seda”, cuando comentamos ese extraño libro de Colin Falconer, me dijo que entre otros pendientes, le gustaría recorrer aquella difícil geografía desde el medio oriente hasta Mongolia, con un “deberíamos de ir.., maestro…”, así era nuestro amigo, no existía límite posible a la lucidez de sus pensamientos.
Cuando enterramos a Beto, platiqué previamente con Toño sobre la autoría de la frase que posteriormente dije al iniciar mi disertación ante su tumba: “hay hombres que se entierran y hay otros que se siembran..” creo que es de Miguel de Unamuno –me dijo.
Y ahora, heme aquí con las ideas agolpándome el pensamiento para encontrar las frases que sean el mejor responso como las monedas de Caronte, para que mi gran amigo, excelente persona, hombre de bien, cruce exitoso la ruta procelosa de la laguna Estigia.
Y no tengo otro –de momento- más que el primer verso de este poema de Octavio Paz:
Has muerto, camarada,
en el ardiente amanecer del mundo.
Has muerto. Irremediablemente has muerto.
Parada está tu voz, tu sangre en tierra.
Has muerto, no lo olvido.
¿Qué tierra crecerá que no te alce?
¿Qué sangre correrá que no te nombre?
¿Qué voz madurará de nuestros labios
que no diga tu muerte, tu silencio,
el callado dolor de no tenerte?
Oscar Humberto Herrera López, vivió dándole prez a su apellido, con el orgullo no sólo de su querida madre; sinó de todos sus hermanos y amigos cercanos que lo vimos crecer como el excelente hijo, generoso padre; funcionario público ejemplar, buen Notario Público, discreto sibarita, y enamorado por siempre del oceáno, con aquella frase del librito de Hemingway que casi se sabía de memoria:
«Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar…»
Aquí y hoy, querido Oscar tendrás algo más que un altar de corazones para depositar el tuyo, ignoro dónde quedarán tus restos si en esta tierra generosa o en el mar que siempre disfrutaste; quedará indeleble tu memoria en el corazón de tus mujeres; pero estoy cierto de que cuando abra un buen libro, beba un buen wisqui de pura malta y otee en lontananza el oceáno pacífico, estarás presente querido amigo…