José Enrique Rodriguez Oceguera
Hace una década, el escritor Gabriel Zaid escribió un valioso artículo llamado «Islotes de seriedad» (Reforma, 26 de julio de 2009). En él, Zaid manifestaba lo siguiente: «En las temporadas de conciertos que dirigía Carlos Chávez en Bellas Artes se cerraban las puertas de la sala en punto de la hora anunciada; nadie podía entrar ni un minuto después, y la gente decía que lo único puntual en México eran las corridas de toros y los conciertos de Chávez. Para bien y para mal, están sujetas a una personalidad dominante que puede imponer la seriedad (o la falta de seriedad) en sus dominios. Por eso llega a haber proveedores, notarías, talleres, escuelas, consultorios o contratistas que son islotes de seriedad. Algunos se han hecho ricos, porque es tan difícil encontrar empresas cumplidoras, competentes y honestas que hay clientes con dinero dispuestos a pagar la diferencia. La gente seria en posiciones subordinadas no puede crear un islote de seriedad».
La actualidad de estas palabras no puede ser más elocuente. Nos hemos acostumbrado a la ineficiencia, a los procesos incorrectos. a la cultura de la improvisación. Situaciones que se han agudizado desde la llegada de la autodenominada Cuarta Transformación, al ser la ocurrencia y la magia las vías de solución a los problemas nacionales, descartando la racionalidad y la técnica. Sin embargo, eso no significa que todas las áreas de la vida civil sean así, hay sus casos de éxito, uno de ellos era el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), organismo público descentralizado de la Secretaría de Bienestar Social con personalidad jurídica, patrimonio propio, autonomía técnica y de gestión, cuyo objeto es, todavía, normar y coordinar la evaluación de políticas y programas de desarrollo social, ¿Con qué elementos? Con transparencia, objetividad y rigor técnico (artículo 81 de la Ley General de Desarrollo Social).
A la fecha, el CONEVAL contiene todos los elementos para ser un islote de seriedad, a la manera descrita por Gabriel Zaid. ¿Por qué? Debido al trabajo profesional que viene desempeñando de su creación en el año 2005. Los resultados y hechos son claros. Es referente técnico y sinónimo de confiabilidad. Pero estos atributos no se dan solos, requieren mucho trabajo, liderazgo y profesionalismo. En buena parte, su hasta hace unos días secretario ejecutivo, Gonzalo Hernández Licona, facilitó todo ello. ¿Cuál fue la causa de su remoción? Precisamente su seriedad en el trabajo. Al gobierno federal no le pareció que en próximas fechas el CONEVAL iniciara la evaluación de los actuales programas sociales, que, estricto sentido, debe hacer por ley (Víctor Fuentes, Reforma, 23 de julio de 2019). Para el titular del ejecutivo, evaluar es sinónimo de dudar de la acción de gobierno. Lo acaba de declarar al decir que los buenos periodistas están del lado de las grandes transformaciones (El Universal, 23 de julio de 2019), incluyendo la suya, claro.
El nuevo secretario ejecutivo del CONEVAL, José Nabor Cruz, ha declarado que la autonomía del organismo está garantizada, que no debe haber preocupación alguna. Es más, su figura no es tan importante, sino lo es más la del Consejo de Investigadores de la propia Junta Directiva del CONEVAL (Economista, 24 de julio de 2019). Esta columna no dudaría de las declaraciones de un nuevo titular, sino fuera porque el siguiente paso será desarticular al CONEVAL, por parte del poder ejecutivo. Durante catorce años, esta institución fue un islote de seriedad en nuestra vida pública. El concepto de medición de la pobreza de manera multidimensional y no solo por el ingreso per cápita es un logro que ha sido ejemplo en el mundo. Su lema: «Lo que se mide, se puede mejorar», es un moto que da pie a la construcción desde la crítica, a saber, el mejor servicio que se le puede hacer a México.
Maestro en Políticas Públicas, ITAM
@jerodriguezo