Rafael G. Vargas Pasaye
La semana pasada tuvo lugar una marcha que bien pudo llamarse la marcha de la furia en la urbe capital de las marchas, la Ciudad de México. Donde más allá de todo lo dicho, o visto, puedo aportar en la obviedad de que visibilizó una de las grandes deudas que se tienen en este país: laviolencia en extremo contra las mujeres (muchos llegando al desenlace de la muerte incluso).
De entre lo mucho que he leído al respecto de este evento, rescato unas palabras de Conversa Mujeres Mx, en el sentido de que por primera vez al verse reflejadas las unas con las otras no sentían miedo en la ciudad, una figura interesante que los expertos del tema deben tratar.
Sin embargo, el tema como era de esperarse trajo otros temas, uno de ellos es el de la aparente obligación de opinar, esto es, pareciera desde las primeras imágenes que empezamos a ver de la marcha, sentimos que teníamos la obligación de decir algo, de expresar una postura. De traducir el evento en un hecho, y a su vez en una realidad particular de acuerdo con nuestro interés.
¿Cómo es que se llega a la obligación de opinar?, porque desde hace años en México es casi una ley que se debe tomar partido, los líderes políticos, así como los religiosos, te hacen sentir que hay dos opciones: estar con ellos o en contra de ellos, las terceras vías se extinguen, se desvanecieron ante la vorágine de la división.
Luego entonces, cada uno de nosotros sentimos la necesidad de decir algo respecto del hecho, y nos aventuramos en el infinito mundo de las redes sociales por ejemplo, a plantear una frase, una idea, un pensamiento, y la respuesta ya la sabemos, posturas a favor o en contra, pero todas aunque en distintos porcentajes contienen un grado de violencia. Esto es, se pide no usar la violencia usando la violencia.
De igual forma en la vida real se percibe, las opiniones en voz baja en los cafés por el miedo no ya a represalias sino a que simplemente se respete lo que opinamos, porque no falta que en nuestra mesa (o en una de al lado), alguien se ponga de pie y exprese que está en contra de lo opinado.
El debate y el diálogo siempre son y serán bienvenidos, pero es por demás sabido que en la obligatoriedad de opinar también se conlleva la calificación o descalificación del hecho o de las opiniones vertidas, y en ello hay un catálogo de grandes dimensiones que enlistan desde las obviedades (género, edad, complexión, situación económica) hasta las de grado académico, geográfico: “¿cómo va a opinar este si es hombre?” ante un tema feminista; “¿tú que sabes si no vives aquí?”, ante un tema casi cualquiera.
La obligación de opinar por momentos hace que nos olvidemos de un elemento por demás importante en el debate: los silencios. Siempre es bueno recordar que en los debates no siempre gana el que grita más. Y hoy no nada más estamos gritando más, todo pensamos que tenemos la razón. Y si al todos gritar nadie escucha, en el caso de todos tener la razón, pues…
@rvargaspasaye