Comunicación para el Bienestar
Luis Echeverría es la cara de cien años de impunidad. Desde el fin de la Revolución y la institucionalización del modelo político que no ha cambiado ni un ápice, este país ha escrito su historia con personajes como éste, que han acumulado tanto poder, dinero y complicidades que les alcanza para comprar la tranquilidad de vivir por encima de las leyes y del dolor que sus crímenes han causado.
Político trazado a la antigua, hecho a la usanza de lo que requería el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en su época más obscura. Burócrata del poder, institucional como pocos, discreto cuando se requería, pero incansable y extrovertido cuando llegó a la presidencia de la República a inicios de la década de los setenta. Es Luis Echeverría Álvarez (o LEA, como fue conocido durante su carrera política), figura indispensable para tener una idea de los distintos niveles en los que operaba el partido hegemónico que condujo el destino del país por más de siete décadas.
LEA falleció el pasado fin de semana con un siglo de vida a cuestas. Protagonista de la vida política del país, durante una parte importante de la llamada década perdida que caracterizó a los países latinoamericanos durante los setenta y buena parte de los ochenta en el que México transitó entre dicotomías que iban de la represión violenta a los grupos opositores al intento por establecer una apertura democrática que quitara presión a los humores políticos que se respiraban en un país al borde del colapso.
No sé si quepa la frase “descanse en paz” cuando cientos de familias no han tenido un solo día de tranquilidad luego de ser destrozadas por la matanza del 68, la de Corpus Cristi o por la guerra sucia. Pero Echeverría solo es una muestra de los cientos de políticos y expresidentes que viven su retiro entre el cinismo y la opulencia, con la indolencia de la muerte de quienes juraron proteger: la guerra contra el narco, Acteal, Ayotzinpa, la Tarahumara, Aguas Blancas, la cifra histórica de desaparecidos, Villa Unión y cien, doscientos, mil más.
País del llamado milagro económico mexicano en el que LEA heredo un país en donde había un crecimiento sostenido al 6% anual, pero que devino en un gasto público exorbitante en obras faraónicas que condujeron a México a la traumática devaluación económica de 1976 de la que nunca hubo recuperación.
Tiempos en los que el ejercicio de la política en México, significaba la utilización de los aparatos represivos tanto a nivel discursivo, como formal. Nación de vías electorales anuladas para quienes no pertenecían al PRI en el que LEA transitó de la subsecretaría de Gobernación con Adolfo López Mateos, a la secretaría con Gustavo Díaz Ordaz quien lo postuló como su sucesor. Personaje que vivió en las entrañas de la política interna de un país en el que la lucha de Rubén Jaramillo, Genaro Vázquez, Lucio Cabañas y cientos más, parecía no tener cabida.
Así, LEA utilizó los aparatos represivos que tenía a su alcance (la mayoría de los cuales había heredado de sus antecesores) como la Dirección Federal de Seguridad, el Ejército y la Marina Armada de México, los halcones y además de grupos paramilitares formados para ejercer una suerte de terrorismo de estado que en nuestro país fue llamado guerra sucia en contra de grupos opositores, sobre todo guerrilleros, activistas y luchadores sociales a los cuales persiguió, desapareció y/o mató. Conflicto violento, selectivo y discreto que alcanzó a medios de comunicación críticos al poder, como el periódico Excélsior, al cual hostigó hasta lograr la destitución de su director general, el periodista Julio Scherer García.
Al fallecido político se le responsabiliza de haber orquestado la represión a los estudiantes en 1968 y en 1971 por lo cual se le acusó formalmente de genocidio y se le puso bajo arresto domiciliario en 2006, pero fue absuelto en 2009.
Hay que recordar que Díaz Ordaz también murió sin ser juzgado, por eso, la muerte impune de Luis Echeverría es una piedra a la montaña de ofensas a la dignidad de todos los mexicanos que nos hemos malacostumbrado a que en este país no pasa nada ¿Será que podremos aguantar otros cien años? ¿Cuándo será que la Nación se los demande?
Tantos destinos en las manos de unos cuantos hombres y mujeres que juegan a ser Dios, que se creen con el derecho de decidir sobre la vida y la suerte de 126 millones más, que se creen que el Estado son ellos y ellos por encima de todos, algunos se dan golpes de pecho en los medios, otros se autonombran defensores de los oprimidos en las redes, pero mientras su dedo acusador se dirige al enemigo político, hay tres dedos que apuntan hacía ellos, porque, el que estén libres de vergüenza no les limpia la conciencia.