Rafael G. Vargas Pasaye
Un pueblo necesita de ídolos, y México no es la excepción, pero no es un secreto que tiene años que los ídolos están en peligro de extinción. En terrenos como el futbol quizá los últimos fueron Jorge Campos (comentarista deportivo) y Cuauhtémoc Blanco (Gobernador de Morelos), o en la música Juan Gabriel (todavía queda Luis Miguel), más los que los gustos sumen a la lista.
Sin embargo, también en las masas hay una especie de ídolo diferente que se incuba en las arenas populares, los guerreros del pancracio son de otra madera, el referente es obligatorio, el Santo, el enmascarado de plata, quien no solamente saltaba los encordados de la Coliseo, sino que enfrentaba a momias y vampiros en el cine.
Ese legado tuvo algunos herederos en el gusto popular. Pero no era nada fácil permanecer en esas querencias, las modas suelen ser pasajeras si no conllevan sustento, brillo, ángel en quien levanta pasiones dentro del cuadrilátero.
La lucha libre labró varios personajes que eran del gusto popular, la lista puede variar, pero hay algunos que dejaron huella: los Blue Demon, Canek, Blue Panther, Satánico, Brazos, Villanos, hasta llegar a la masificación de los noventa y los años dos mil.
Allí la magia de la televisión a color nos mostró nuevas máscaras que hacían combinación perfecta con las de la vieja guardia. Llegaron los Atlantis, Tinieblas, Octagón. Llegaron las empresas y los espectáculos dentro del ring.
Ya no sólo era la lucha, sino todo lo que había alrededor, la parafernalia, la música con las entradas de los anuncios, los fuegos artificiales, las figuras y juguetes, la mercadotecnia. Y en medio de ese humo y ruido surgió una figura única y emblemática, su nombre imposible de olvidar: La Parka.
De por sí ya las tradiciones mexicanas sobre la muerte y lo que representa son más que suficiente para erigirse como un rudo perfecto, el personaje optó por pertenecer al bando de los técnicos, y comenzó pues la leyenda de un ídolo sin igual.
Sus pasos de baile, su entrada con la canción “Thriller” de Michael Jackson, sus pasos aparentando un esqueleto (su indumentaria le ayudaba para eso y más), pero sobre todo el encanto que le generaba a la afición más joven lo catapultaron a la cima.
Quien estaba bajo la tapa llevó por nombre Jesús Alfonso Escoboza Huerta, y murió a los 54 años de edad, debido a una falla renal, como secuela de un duro golpe en la médula espinal que días pasados había sufrido mientras daba una función en Monterrey, cuando intentó un lance contra su rival de nombre Rush.
Nació y murió en Hermosillo, Sonora. Las esquelas llegaban no sólo del mundo de la lucha libre, sino de otros deportes, otras latitudes, otros ámbitos, y no era para menos, falleció uno de los últimos ídolos no sólo de la lucha libre o del deporte, sino del México contemporáneo.
@rvargaspasaye