Luis Rubén Maldonado Alvídrez*
Una de las caras más conocidas de la farándula mexicana, sin duda era Carmen Salinas Lozano, quien participó en 115 películas, 70 obras de teatro, 23 telenovelas, 9 series de televisión y la conducción de aquel polémico talk show de finales de los años 90, Hasta en las mejores familias, así como su breve incursión en la política de la mano de Enrique Peña Nieto, al ocupar una curul federal por el PRI, también fue un rostro relacionado con la polémica.
Carmelita, como cariñosamente era conocida por admiradores y adversarios, se volvió un referente para los periodistas de la prensa del corazón mexicana, pues ante la cámara y el micrófono, no se detenía para opinar de cualquier tema que le preguntaran; ausencia total de filtros que derivó en constantes polémicas.
No había tema del cual Carmelita Salinas no opinara. Entonces, cuando la información escaseaba en las fuentes habituales, Carmen Salinas era el refugio seguro para conseguir una buena nota.
En la comunicación política de todo el orbe, tenemos muchos casos de políticos y funcionarios públicos que emulan el actuar de la actriz que dio vida a La Corcholata: no tienen contención alguna, ni resistencia, cuando ven a las cámaras posarse frente a ellas y ellos: de todo creen saber y, por ende, opinan de todo.
Vemos ese afán en actividades poco populares entre la gente, como los diputados locales y federales; así como en los senadores, regidores, presidentes municipales, síndicos, gobernadores y hasta presidentes de las naciones. Sin importar la época, es un ciclo que se repite (tristemente) con cada cambio de gobierno o de legislatura y que he bautizado como el síndrome Carmen Salinas.
¿Por qué las y los políticos abrazan tan cariñosamente el síndrome Carmen Salinas?
Hay varias razones. Entre ellas, se encuentra la falta de estrategia en su comunicación política; sin rumbo definido, no hay destino claro al cual se quiera llegar. En el caso de los legisladores a nivel local (estatal o provincial) llegan a ocupar sus puestos, sin tener claros las causas que van a defender y optan por ser legisladores expertos en todo y en nada, los famosos todólogos.
Otra de las razones, es sin duda alguna, la vanidad: Que los periodistas se acerquen en grupo con sus grabadoras, micrófonos y cámaras para pedir opinión de un tema, hace que las y los legisladores se deslumbren y cuando conocidos, amigos o el equipo de trabajo hacen llegar los videos, ligas de la nota o la noticia impresa, no hay mejor alimento para la vanidad.
Y muchos se vuelven adictos, dándole la bienvenida con los brazos bien abiertos al síndrome Carmen Salinas. Entonces, todos los días quieren opinar de todos los temas y ver su rostro o escuchar su voz en los medios de comunicación, lo cual alimenta su vanidad de manera intensa y que hace recordar al gran Al Pacino en el filme El abogado del Diablo: “vanidad, mi pecado favorito”.
Este síndrome deriva en el desgaste excesivo de la imagen, el aburrimiento informativo y la poca seriedad, pues al opinar de todo, no posicionan nada.
ULTIMALETRA
Para quienes tienen interés en la comunicación política, les recomiendo el libro La verdad sobrevalorada”, un texto práctico, útil y muy digerible de Horacio Minotti.
lrmaldonado@uach.mx
*Consultor en comunicación política y coordinador de comunicación de la Universidad Autónoma de Chihuahua