Rubén Aguilar Valenzuela
La estrategia del presidente López Obrador, para enfrentar los casos de corrupción o de riqueza inexplicable por parte de algunos funcionarios de su gobierno y también de familiares recurre a la victimización como control de daños.
En su narrativa, contra toda evidencia, no solo niega los hechos sino afirma que las investigaciones y denuncias responden a una campaña de sus enemigos que pretenden desprestigiarlo a él y su gobierno.
Los eventos de corrupción que han sido mostrados por la prensa y organizaciones ciudadanas especializadas en ese tema, en algunos casos hay videos, se han dado en el círculo cercano y muy cercano del presidente.
Es imposible que él desconozca estas realidades y si en verdad las ignora habla de una enorme incapacidad, para dar seguimiento a lo que hacen sus familiares y funcionarios de su gobierno. Es también una negación absoluta a todo aquello que lo enfrenta a lo que realmente sucede.
Diversos medios de comunicación han mostrado propiedades cuya compra es imposible explicar con los salarios que como funcionarios públicos han recibido personas como Manuel Bartlett, Eréndira Sandoval, Santiago Nieto y Alejandro Gertz Manero.
Hay videos que muestran como su hermano Pío recibe recursos, para ser utilizados en campañas del ahora presidente, sin haberlos declarado al INE y como su secretario particular, Alejandro Esquer deposita dinero en efectivo, para evitar declararlo.
Estos son algunos casos, hay muchos más, pero el presidente, en lugar de aplaudir estas investigaciones que abonan en su supuesta lucha contra la corrupción no solo las ignora, sino que las descalifica porque según él son actos en su contra con el fin de dañarlo.
En el marco de la estrategia comunicacional del presidente el pasar como víctima se articula a partir de un guion y un fraseo, que repite como mantra, cada vez que se presenta un caso. Es un acto que tiene muy bien montado. Lleva años haciéndolo.
Los elementos del guion son cuatro: Agredir al medio donde salió la información, lo califica de “pasquín” o instrumento de los conservadores; agredir, si es el caso, a la organización que realizó la investigación con adjetivos parecidos; los hechos no son pruebas de la corrupción sino una invención de sus enemigos, para atacar a su persona y gobierno; el pueblo bueno lo defiende y por eso a pesar de todo se sostiene.
En ocasiones en su narrativa de víctima en el presente articula hechos del pasado donde también se presentó como víctima. Esto, para construir la épica de que en su historia personal siempre se ha enfrentado a este tipo de acusaciones maliciosas y sus enemigos nunca han podido contra él.
En más de una ocasión, por ejemplo, en sus comparecencias mañaneras se ha referido a los videos donde gente cercana a él recibe dinero para su campaña como jefe de gobierno por parte del argentino-mexicano Carlos Ahumada.
En ese caso, como en otros, lo grave no es el hecho, ahí están los videos, sino que sus enemigos los hayan dado a conocer. La corrupción o el acto ilegal tiene sentido: el fin justifica los medios. Lo impropio es darlo a conocer. La ilegalidad debe mantenerse en secreto. La maldad es darla a conocer.
Al presidente su estrategia de control de daños en los casos de corrupción y de enriquecimiento inexplicable de familiares y allegados le ha funciona bien a lo largo de más de 20 años.
Los suyos y sus simpatizantes creen, es un acto de fe, en lo que éste les dice. Así, no hubo ninguna acción de corrupción o ilegalidad sino solo es una invención perversa de sus enemigos, para dañar a él y su gobierno. ¿Hasta cuándo le seguirá funcionando?