María Jesús Alonso Menéndez
El próximo domingo 10 de noviembre los españoles nos enfrentamos a un reto mayúsculo no con la Historia, sino con nosotros mismos y nuestra clase política. Hace 40 años la lucidez sabia de la mágica cantautora Cecilia nos desgranó en la canción “Mi querida España” – cuyos versos titulan este artículo- las contradicciones de un periodo convulso, imperfecto, de enormes cambios, pero ilusionante.
Hoy nos enfrentamos también a otra época clave, de adaptación a nuevos retos y a un siglo exigente, cambiante, voluble, que demanda muchísimo no sólo de los ciudadanos, sino también de los servidores públicos que deben dar ejemplo para estar a la altura. Lamentablemente, contamos con una clase política que se ha convertido en uno de los tres principales problemas para la sociedad española, según el propio Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en su barométro de octubre. Es decir, los políticos son un problema para los ciudadanos.
Si nos enfrentamos a las cuartas elecciones en cuatro años es debido al bloqueo de una clase política incapaz, narcisista, situada en sus privilegios de un sistema jerarquizado y piramidal que da todo el poder a los partidos. Un bloqueo iniciado por uno de los principales partidos de uno de los dos bloques – el PSOE, que aunque cara a esta campaña busque presentarse como moderado- centrista tiene como aliado natural a Pablo Iglesias de “Unidas Podemos, aunque reniegue de él-.
Una parálisis explicitada por el hoy presidente del gobierno en funciones Pedro Sánchez en su leit motiv político: “No es no, Sr. Rajoy. Qué parte del “no” no entiende”. Ahí se rompió todo atisbo de negociación por el bien común en un sistema rígido, que cuenta con un sistema electoral proporcional corregido que sobrerepresenta a minorías nacionalistas como el PNV o los pro-etarras (es decir, pro- asesinos terroristas) de Bildu que de otra forma no tendrían cabida en el parlamento nacional.
Porque, ¿para qué querrían tener representación la muy anarquista CUP, Esquerra Republicana de Cataluña o el mismo PNV que no es para nada español porque viene de un ilustre xenófobo analfabeto como Sabino Arana en un país tan fascista y opresor? La única respuesta lógica sería para destruirlo desde dentro, ¿no?. Pero ya dijo el “Canciller de Hierro” Otto von Bismark que somos la nación más fuerte del mundo y nos resistimos a autodestruirnos aunque lo intentemos.
La mayoría social de los españoles no se posicionan en posturas tan distópicas y surrealistas como las que he mencionado anteriormente y, si bien es cierto que buscan negociaciones serias y pactos en los temas que más les preocupan – empleo, economía, sanidad, medio ambiente, inmigración, cohesión territorial- sólo PP y PSOE pueden aunar esa mayoría para llevar a cabo un gran pacto de estado que inicie un gobierno que afronte las reformas necesarias de cara a construir el futuro con un Brexit en marcha, que debilitará enormemente no sólo la economía sino el proyecto de la Unión Europea, y una crisis económica acechando.
A pocos días del 10N los dos bloques muy fragmentados – izquierda con PSOE, Unidas Podemos y Más País de Íñigo Errejón y derecha con PP, Ciudadanos y Vox- van casi a la par en intención de voto según un estudio de Sigma Dos con una diferencia de 10 a 12 escaños. Es decir, se juega todo a la baza de un 35% de indecisos que pueden hacer inclinar la balanza a uno u otro lado. Se prevé además una alta abstención debido al hartazgo de la ciudadanía. ¿Podrá la izquierda que ya no sabe ni qué es nación ni cuántas naciones hay en España lograr un pacto para gobernar?
Es muy complejo salir de ese narcisismo autosuficiente ejemplificado en Pedro Sánchez, el primer Presidente en la Historia que ha sido expedientado formalmente él y miembros de su gabinete por uso electoral de las instituciones y símbolos del estado o para hacer propaganda electoral en las ruedas de prensa del Consejo de Ministros, y que debe su doctorado a una tesis fraudulenta. Todo lo que esté fuera de él o lejos de sus intereses no existe.
Cataluña no es el ombligo del mundo ni el problema fundamental que tiene España como nación pero sí hay que gestionarlo aplicando ley y sentido común, como devolver las competencias educativas al ámbito estatal y aplicando la Ley de Seguridad.
El próximo domingo puede poner en jaque el transcurso normal de proceso electoral con la acción callejera de los CDR o el boicot a los colegios electorales. ¿Logrará la derecha tan fragmentada aunar seguidores para cerrar un gobierno estable que al menos comience las reformas necesarias para afrontar el futuro?
En el caso de que haya un ganador con 130 o menos escaños nadie ganaría, seguiríamos a merced de los caprichos nacionalistas supremacistas y probablemente volveríamos a elecciones en primavera del 2020. Si como opción pudiera formarse un gobierno de coalición con fuerzas PP- PSOE con apoyos puntuales de partidos más moderados como Ciudadanos se ganaría en estabilidad para continuar. En esta España en dudas, sería la opción más óptima para los españoles. Veremos si se hace cierta el próximo domingo.
La autora es Máster en Comunicación Política y Corporativa por la Universidad de Navarra.